EL AUTOR

Manuel Jesús López González nació en El Fabar, un barrio que, inexplicablemente, no consta en la actualidad, en el nomenclator del  Ayuntamiento de Mieres.Posiblemente se deba a la desaparición del Registro Civil en la última guerra. Pero ahí están los archivos eclesiásticos para corroborarlo.

      «El Fabar», uno de los barrios emblemáticos del Valle, es aquel en el que se construyeron las piscinas, en los años ochenta del siglo XX, merced a la loable iniciativa de la asociación vecinal «Mejoras del Valle». Confina al norte con la pradería situada por encima de las piscinas y Les Viesques, al sur con el río Turón, al este con El Lago y al oeste con La Felguera. Tiene como puntos periféricos de referencia, el campo de La Bárzana situado al otro lado del río y la iglesia parroquial de San Martín asentada en La Felguera, que es tanto como decir dos pasiones: el fútbol y la religión.

Más atrás, en los años treinta, aparte de La Veguina, «El Fabar»era otro de los símbolos de lo que representaba el Valle en aquel momento: un territorio en plena ebullición industrial debido a su rico venero. En ese barrio, estaban asentadas, hacía escasos años, la sastrería de Román, donde se vestía la totalidad de la colonia gallega que constituía una parte importante de la nómina de la empresa minera, la fábrica de oranges (refresco) y sifones de Manuel Mourenza y «Casa Quicón», donde se servían excelentes tapas y se saboreaban los mejores vinos llegados de allende el Pajares. Estos tres negocios eran el claro exponente del progreso que estaba experimentando un territorio que hasta hacía escasos decenios había tenido un carácter rural como ocurría con la inmensa mayoría de la geografía nacional. Esta evolución en el nivel de vida, trajo al mismo tiempo un cierto esplendor cultural al Valle. Volviendo a «El Fabar», en una pequeña explanada ubicada en el vértice formado por la carretera general y la que va al recinto deportivo, a la sombra de un castaño centenario que hoy ya no existe, se cultivaba una tercera pasión que floreció en aquella época: la política, alimentada por los vecinos del contorno con acaloradas tertulias; después, ya se sabe, vino la Guerra Civil de 1936 que acabó, como todo el mundo sabe, bastante peor que el rosario de la aurora. 

El Fabar. La casa de piedra que lleva una franja verde en su lateral es la natal del autor, vista por su parte suroeste. En la fotografía se ve un automóvil que circula por la carretera principal del territorio. A su izquierda, junto a una columna, un vial conduce a las piscinas de «Mejoras del Valle» y, en primer término, en un lateral de la casa, otro que cruza el río a través de un puente, lleva al campo de fútbol del Club Deportivo Turón.

El Fabar. A la derecha parte posterior de la casa natal (lleva una franja de color verde en un lateral). Situada  a la derecha de lo que fue una carnicería en la posguerra y, posteriormente, en los años sesenta, un quiosco de prensa. La carretera general del territorio es aquella por la que circula un automóvil de color oscuro; a la izquierda de ésta se ve el camino que conduce a las piscinas de «Mejoras del Valle» y, en primer término, se observa la carretera que comunica con el campo de fútbol de La Bárzana.

                        En este barrio nació Manuel Jesús López “Lito”, cuando los españoles salían de una posguerra que, para algunos se hizo demasiado larga. Cuando había cumplido los veinte años, viviría siempre a caballo entre este lugar y Oviedo, completando aquí sus estudios en la Facultad de Ciencias y en la Escuela de  Minas de dicha ciudad.

 
              
Perspectiva occidental de la casa natal del autor (con la fachada principal está pintada de verde). Fue construida por «Quico Ramón», importante propietario de Villapendi, e inaugurada en 1921 por Román López, abuelo paterno del autor. En el primer piso, se alojaría junto a su esposa Ángela, que era hija de Ángel Martín de Enverniego (ver «El último gran hacendado de Turón»), mientras que en la planta baja abriría una sastrería que se cuenta entre las primeras instaladas en el Valle. La fotografía nos muestra la fachada principal del edificio situado en la margen derecha de la carretera general del valle de Turón que une Figaredo con Urbiés. En el centro de la misma, un indicador señala el campo de fútbol «La Bárzana» que está próximo. Esta instantánea fue tomada un día de invierno de la segunda década del siglo XXI cuando una copiosa nevada cubrió de blanco el verde tapiz del territorio.

De Manuel Jesús López, puede decirse, que ha sido «profeta en su tierra», lo que no siempre resulta fácil. Tanto más porque en este caso lo ha sido por partida doble y eso ya es historia. Lo debe a su éxito, tanto en el tiempo en que ejerció la docencia en  su Academia de Matemáticas de La Felguera como en los  años que lleva inmerso en la investigación sobre la historia del valle de Turón.

                                  Titulado superior por la Universidad de Oviedo, Manuel Jesús López «Lito», ejerció la enseñanza de la Física y la Química pero, fundamentalmente, de las Matemáticas, durante veinticino años. Primeramente en el periodo (1970-91) hasta que un serio accidente de tráfico le apartó de tan ilusionante tarea; después, esporádicamente,en el bienio 1992-93 y en el trienio 2005-2007. Tenía la sede, este centro de estudios, en el barrio de La Felguera y fue, en su género, el punto de referencia de enseñanza privada más importante del Valle en el siglo XX, Recordemos que en La Cuadriella y en la década de los años veinte, se abrió una academia dirigida por Rafael Caminal que funcionó hasta la llegada de la Guerra Civil. Posteriormente, en la posguerra, estuvieron en funcionamiento las de «Santo Cristo» (1955 -1963) y Samuel (1963- 1969), situadas en La Veguina y Vistalegre, respectivamente, ocupándose ambas de la enseñanza primaria y secundaria. El éxito de la experiencia docente desarrollada por Manuel Jesús López, año tras de año, queda plasmado en una frase que, por corta no es menos expresiva. Se trata de la conversación que un día de finales de junio en La Veguina, sostuvo una mujer con la madre de Lito. El caso es que su academia hacía ya algunos veranos que funcionaba con los mejores rendimientos posibles y aquella vecina le comunicó a Mina sus deseos de que llegase el primero de julio para que su hija comenzara con Lito las clases de recuperación de las Matemáticas, Física y Química, cara a los exámenes de setiembre. Su tesis se fundamentaba en el hecho de que había oído comentar a una conocida suya que si iba a esa academia aprobaba seguro. Realmente, nada hay seguro en esta vida, ni la vida misma. Porque, es bien conocida la circunstancia de que el éxito de un alumno, no depende únicamente de la sabiduría y habilidades del profesor sino también, en parte, del talento y voluntad del propio alumno. Lo que quería decir aquella buena mujer era que si asistía a la academia de Lito, tenía bastantes posibilidades de aprobar aquellas asignaturas de Ciencias que allí se explicaban. Mina, evidentemente, se sentía orgullosa al oír pronunciar aquellas palabras y se cuenta que, fallecido su esposo en 2001, mantenía largas conversaciones con su hijo recordando aquellos tiempos de las clases particulares, concluyendo siempre con la misma frase: «Por esta casa, Lito, pasó medio Turón». Efectivamente, por aquella academia, ubicada en el edificio en el que los padres de Lito tuvieron su negocio durante muchos años, a lo largo del tiempo señalado, desfilaron más de mil alumnos. En aquellos veranos y durante casi todo el día, la acera estaba plagada de jóvenes de ambos sexos. Era frecuente que allí, cada hora, se juntaran una veintena de estudiantes: diez que salían y otros tantos que esperaban para asistir a la clase siguiente. Se trataba de chicos y chicas que cursaban distintos niveles académicos (Formación Profesional, COU, Magisterio, Ingeniería Técnica de Minas, Facultad de Ciencias…) siendo el grupo más numeroso, evidentemente, el correspondiente al Bachillerato. Tal afluencia de jóvenes indicaba que la mayoría de los estudiantes superaba aquellas asignaturas tan exigentes y eso era un buen cartel para el año siguiente que el público captaba con facilidad. Los alumnos procedían de todos los pueblos del Valle (Urbiés, Villandio, San Andrés, El Lago, La Felguera, Villapendi, Vistalegre, la Veguina, La Cuadriella, Santa Marina, Cabojal… ) pero el grupo más extenso era el que llegaba del barrio San Francisco, evidentemente, por su mayor demografía. Sin embargo, en algunas ocasiones, consecuencia del eco que tales exitos producían en el Valle, llegaban estudiantes de lugares más alejados como Figaredo e, incluso, de Ujo y Valdecuna. Muchos de aquellos jóvenes, con el tiempo llegarían a ocupar los más variados destinos como maestros, profesores de Secundaria, químicos, economistas, peritos, ingenieros, etc. Al tratarse de personas, posteriormente muy populares por destacar en el campo de los deportes, hay que reseñar que, entre aquel grupo de alumnos de los años setenta, también se encontraban algunos turoneses que con diecisiete o dieciocho años entonces, pronto comenzarían a despuntar en el deporte balompédico. Nos estamos refiriendo a los casos de Pachín, Redondo o David.

                           Más tarde, debido a algunos compromisos (profesionales…), Lito, se vio forzado por algún tiempo a un cierto «exilio» (como él siempre dice «me marché pero nunca me fuí«). Porque ello nunca ha sido óbice para que se sintiera cada vez más vinculado a los problemas de su tierra. Probablemente, esa perspectiva de horizonte que concede cierta lejanía, haya sido crucial para que pudiera percibir con mayor nitidez la cruda realidad que comenzó a revolotear sobre el Valle en los años ochenta. Fenómeno que le sensibilizó porque el impacto que le produjo fue descomunal. Entonces, le surgió como un impulso endógeno, acrecentado cada día, que le sugirió, a partir de 1.987, la idea de reflotar de alguna manera, el pasado brillante que había ostentado el Valle en otro tiempo, en contraposición con esa terrible realidad. Orgulloso de sus orígenes, Lito, necesitaba imperiosamente presentar al mundo aquel legado industrial y cultural de su tierra en el período de anteguerra no podía olvidarse para compararlo con el estado de brutal regresión que, de forma inexplicable, comenzó a padecer a partir de entonces y que no dejó de acrecentarse en los años siguientes. Así, fueron brotando los siguientes títulos:

(I): “Informaciones del Turón antiguo” en el año 1.995.

(II): “Memoria gráfica del Turón industrial (1.880-1.980)” en 1.997.

(III): “Turón. Crónica de medio siglo (1.930-1.980)” en 1999.

(IV): “Turón. El fin de una época”   en 2.003.

(V): “En busca del Turón perdido” en 2006.

VI): «El enigma de Turón» en 2011.

(VII): «Memoria gráfica del Turón industrial (Tomo II)» en 2012.

(VIII): «El despertar de Turón» en 2015. 

(IX): «Turón, hora cero» en 2017.

(X): «Turón, el valle castigado»  en 2019. 

Tras la presentación de estas publicaciones, ya no cabe la menor duda de que, Manuel Jesús López González «LITO», ha sido el verdadero descubridor de la historia del valle de Turón.

Manolo el sastre : el gran inspirador de la obra

                          El inicio de esta andanza literaria tiene ancladas sus raíces en la propia infancia de Lito, apenas pasada la posguerra. Allí, en la sastrería que regentaba su padre en El Fabar, oyó multitud de anécdotas relacionadas con el pasado y el presente de aquellos mineros que eran sus clientes exclusivos. “Manolo el sastre”, como fue conocido por sus convecinos, amaba la cultura y estaba dispuesto a ampliar sus conocimientos en cualquier momento que se presentara la ocasión para ello. Leía hasta los recortes de periódico. Su afición por la lectura le venía de los años treinta del siglo pasado, cuando estudiaba los primeros cursos de Bachillerato. Para ello se desplazaba diariamente al Instituto de Mieres del Camino. Lo hacía en compañía de «Manolo el de  Lalo Cabojal» y de «Varisto Pandel». Los tres  utilizaban el mismo medio de locomoción: la bicicleta. Pero al estallar la guerra de 1936 tuvieron que interrumpir aquella noble dedicación y cambió el rumbo de sus destinos. En el caso de su progenitor, su intención era estudiar Medicina en Valladolid mas tuvo que optar por aprender el oficio de la costura que, como ya hemos visto, era la profesión del abuelo. Por su parte, el hijo de Lalo, se decantaría por los estudios de practicante (posteriormente conocido como ATS) a cuya profesión se dedicaría durante largos años en «Minas de Figaredo»; por último, Evaristo, después de realizar estudios de Comercio con Dª Angelina, sería el primer director de la Caja de Ahorros abierta en Turón hacia 1960

1965. Manolo el sastre

                         Gran conversador, se interesaba por las vivencias de sus parroquianos, sus destrezas en el trabajo cotidiano de la mina;también fuera de ella cuando se trataba de gallegos que aterrizaban en Turón después de regresar alguno de ellos de una aventura americana en Cuba, Argentina o EE.UU. En aquel taller, además, enseñó a Lito a leer, escribir y hasta dividir cuando aún no había cumplido los seis años de edad. La sastrería fue, por tanto, la primera aula de enseñanza de Manuel Jesús López. Más adelante, y siempre gracias al concurso de su padre, tuvo noticia de la importancia social y cultural que había tenido Turón en las décadas de los años veinte y treinta del pasado siglo. Esto lo pudo constatar él mismo en los años sesenta, cuando el Valle era una inmensa factoría desde Urbiés a Figaredo en la que se afanaban diariamente ocho mil obreros. Con todos estos ingredientes, transcurridos los años necesarios para que Lito resolviera las ecuaciones fundamentales de la vida, tanto las sentimentales como las universitarias y profesionales, pensó un día en la posibilidad de sacar a la luz el brillante acontecer de su tierra. Ahora, ya estaba plenamente convencido de que Turón no era un valle cualquiera. A partir de entonces, comenzaría a mostrar, no solamente la crónica del  pasado sino también la crítica cada vez más contundente por la deriva peligrosa que iba tomando el territorio desde el punto de vista económico. Ya ha transcurrido más de una década del último cierre minero y es preocupante el estado de desolación en el que han sumido a este valle aquellos en los que los turoneses fueron depositando su confianza legislatura tras legislatura. 

La obra de Manuel Jesús López sobre el valle de Turón, compendiada en diez  volúmenes, arroja como mínimo, en términos aritméticos, las siguientes cifras: cuatro mil páginas  ilustradas con cuatro mil fotografías por las que desfilan cuarenta mil turoneses que vivieron en el período comprendido entre 1890 y 2020. Este trabajo le ha supuesto una dedicación de más de cuarenta mil horas en los últimos treinta años de su vida. «A plena satisfacción e impuesto como un deber que solo será interrumpido por mi incapacidad o muerte-como a él siempre le gusta decir– pues se trata de hacer un homenaje a todos los antepasados y rendir pleitesía a nuestro terruño».

                                                        Finalmente, se quiere resaltar que en cada uno de estos libros  de Manuel Jesús López existe un importante repertorio gráfico que abarca desde el último tercio del siglo decimonónico hasta la actualidad. En esas   imágenes se recogen aspectos familiares, laborales, artísticos, festivos y deportivos de los turoneses, que hablan por sí solas del heroísmo y la nobleza de unas gentes que con su ejemplo hicieron grande a la tierra que les vio nacer.

                                    Editorial