UN INSTITUTO EN LA MONTAÑA ALLERANA

Creación de la Colegiata de Murias

Por cumplimiento de la manda de Solís de 12.000 escudos, se construyó en Murias la “Escuela de Primeras Letras y Latinidad” concluyendo las obras en 1788, veintisiete años después de su fallecimiento. La Colegiata era, esencialmente, una Preceptoría, vale decir, un establecimiento del que se salía con un perfecto conocimiento de la lengua de Virgilio, condición “sine qua non” en aquellos tiempos para acceder a los estudios superiores. Tuvo como primer director a D. Francisco Solís, deudo del fundador y profesor de Humanidades. Estaba asistido por D. José González y D. Francisco García Lobo.

Con su inauguración, el pueblo de Murias se animó de una forma inusitada. Las estrechas y empinadas “caleyes” se abarrotan de estudiantes y las casas se llenaron de huéspedes; marchaban unos y llegaban otros para remplazarlos. Y así un año y otro. Murias de Aller se convierte en el faro cultural que ilumina, no solo el concejo, sino a toda la comarca del Caudal.

Primeros contratiempos para la Fundación de Murias

Pero, de golpe, llega la invasión francesa y las clases se interrumpen por periodos limitándose la enseñanza a los estudios primarios. El Estado entra en bancarrota suspendiéndose todos los pagos. Este no es el único contratiempo de la fundación de Murias pues, ya en 1798, con la llamada “Desamortización de Godoy” sufre un importante zarpazo en lo que a sus fondos se refiere, pues dejan de percibirse las ”Rentas del Tabaco” al ser absorbidas por la Hacienda Pública. Si a esto añadimos el desfalco producido por los administradores de las “Obras Pías de Solís” que estaban radicados en Oviedo, la Colegiata quedaba solamente con un censo del vecino de Llamas D. Sebastián Gutiérrez, que ascendía a 25.900 reales que redituaban 657 reales y 17 maravedíes.

En 1826 se contrató a D. Manuel Rodríguez, profesor de Latinidad y natural de Bello, que recibía 600 reales anuales de honorarios, disponiendo la Colegiata en ese momento de unos 700 reales, cantidad a todas luces insuficiente para mantener la institución en pie.

Ante la precariedad que atravesaba la fundación, diversas comisiones alleranas intentaron recuperar documentos perdidos, como tres acciones contra el Banco Nacional de San Carlos- actual Banco de España- impuestas en 1784 por valor de 2000 reales pero, debido a la tormentosa historia que sacude a nuestro país durante toda la centuria, sumido en una constante guerra civil, la legislación se ve sometida a un continuo cambio y ello va a afectar a desfavorablemente a la Colegiata de tal manera que ninguna de aquellas delegaciones alcanzará los objetivos propuestos. Ya en el Título XI de la Constitución de 1812, la educación pasaba a considerarse como asunto de Estado y, con el tiempo, se plantearía la necesidad de que fuera universal, gratuita y obligatoria.

La etapa de los dómines.

En el año 1840, la Junta de Instrucción Local, destituyó al maestro García Lobo aduciendo problemas de edad y le sucedió en el cargo D. José Fernández Velasco. Es el instante en que la Colegiata desaparece como tal institución. La rapiña y las vicisitudes de los tiempos habían acabado con ella y sus bienes pasaron al Gobierno Civil

El profesor Velasco, antiguo seminarista, dedicará toda su vida a la enseñanza del Latín y Humanidades por una retribución insignificante. Vivió en una época tumultuosa en que, temporalmente, se cerraban seminarios y universidades. En ese tiempo, pasaron por su aula- que se había trasladado a la casa Rectoral- hasta mil alumnos que, no solo procedían de Aller sino de otros concejos que se disputaban el honor de recibir clases de tan preclaro maestro. El “antiguo dómine”, tal y como era conocido, falleció lleno de méritos y llorado por todos el 24 de setiembre de 1884. Le sucedió su yerno, D. Cesáreo Fueyo, que el uno de enero de 1892 abrió su cátedra en Murias para continuar tan importante labor

La tarea docente del” último dómine”, que había estudiado Filosofía con los agustinos en el colegio de la Vid (Burgos), supuso como el epílogo de la Colegiata de Murias por decirlo de alguna manera siendo, a la vez, formidable y brillante.

Durante cuarenta años, una cantidad innúmera de alumnos pasaron por su aula y de entre ellos, muchos llegarían a ejercer prestigiosas profesiones como los hermanos Bernardo y Antonio Aza de Villarejo o José García de Parana, dominico y profesor en la Universidad de Santo Tomás de Manila. Concluía así, la obra cultural más importante creada en Aller, hasta la inauguración del instituto de enseñanza secundaria de Moreda en 1966, gestada en la mente de un legendario militar 180 años atrás cuando visitó aquellos parajes por última vez.

Se fue un amigo del alma de forma inesperada y su muerte conmocionó mi espíritu. No paralizó mi investigación pero sufrió un duro golpe.

Consumido el verano de 1990 ya tenía la obra prácticamente concluida. Ahora sólo deseaba que Abelardo me escribiera el prólogo pues nadie más que él estaba legitimado para hacerlo y entonces me puse en contacto con su domicilio después de más de dos meses de no tener noticias suyas a causa, por una parte, de su desplazamiento fuera de Asturias y, por otra, debido a mi reclusión en casa ultimando el proyecto.

Llegué a su casa. Pulsé el timbre de la vivienda. Se abrió la puerta y ante mí apareció su hija mayor. Al preguntarle por su padre, esta fue la respuesta:

-Abelardo falleció hace 11 días, víctima de un ataque cardíaco.

Esa noticia fue para mí un mazazo. No puedo expresar con simples palabras la profunda amargura que me produjo su muerte, pues era en Oviedo la única persona con la que yo podía departir sobre la vida del brigadier Solís, tema éste que , como ya he explicado más atrás, absorbía una gran parte de mi tiempo libre. Abelardo , con su amplia experiencia, había sido la persona que siempre me señaló las nuevas rutas a tomar. Me prestó , en este sentido, una colaboración inestimable. Fue determinante su enorme ayuda moral, pues cuando atravesé momentos de desaliento en que estuve a punto de abandonar por la carencia de nueva documentación, él me señaló nuevos caminos a seguir para que la investigación no quedara empantanada. «Había que darles a conocer a las gentes de Aller- me dijo en más de una ocasión- este trabajo al precio que fuera pues muchos lo iban a agradecer». Ahora el libro estaba concluido, pero faltaba su presentación en público y para ello necesitaba de nuevo su concurso; sin embargo, el tramo final de esta aventura tenía que recorrerlo en solitario y de ello se iba a resentir, necesariamente, la publicación. “Cuando salga el libro- me había manifestado en varias ocasiones- hablaremos con mi amigo Juan de Lillo y te hará un gran reportaje en la prensa para su promoción”. Esto ya quedaba descartado por el momento.

Efectivamente, este periodista allerano, que en ese momento era director de “La Hoja del Lunes”, hubiera aireado por todo lo alto la figura de Solís, pero con la desaparición de Abelardo la situación cambiaba sustancialmente; además, aún quedaban sorpresas por llegar y nada agradables por cierto.

Antes de continuar adelante, para ser justo, debo decir que esta obra se realizaba, como hemos visto, gracias a una terna de voluntades, pues a mi esfuerzo e interés había que añadir la colaboración de Abelardo Lobo para armar la primera parte del libro y, también la valiosísima ayuda de Luis Jesús Llaneza para completar la segunda.

Vivía aquellos últimos meses con gran tensión. Era un presagio de la gravedad de unos hechos de los que, lamentablemente, iba a ser protagonista

En enero de 1991, mitigada de alguna forma  aquella terrible noticia, aunque no superada, llevé el borrador a la imprenta con ilusión y ansiedad a la vez-hay que pensar que era mi primer libro- para tratar de dar a conocer la única biografía existente hasta el momento, recibiendo la promesa de sacarlo a la luz en la próxima Semana Santa que caía a finales del mes de marzo. Historia que , al fin, se condensaba en un libro de poco más de doscientas páginas. Durante este tiempo tuve una lucha constante con el impresor para acelerar el trabajo pero, llegado aquel momento, apenas tenía concluido la mitad del encargo y aún quedaba la parte gráfica y la portada. Curiosamente, para el impresor también era su primer libro que acometió, como queda reflejado, con más entusiasmo que efectividad pues su instrumentación era bastante rudimentaria ya que su tares diaria consistía en confeccionar folletos, carteles, tarjetas de visitas y cosas por el estilo. Pero no importaba. Yo lo que quería era publicar el libro cuanto primero para adelantarme al “enredador” con el que mantenía aquella lucha particular en la sombra. Pasaban las semanas y el trabajo evolucionaba lentamente porque el impresor lo iba realizando en los huecos que le dejaba su dedicación habitual. De cualquier forma, aunque aquello había sido lo acordado, tampoco estaba respetando los plazos.

Habían transcurrido bastantes semanas y el mes de marzo estaba en su tramo final, pero los días se me antojaban semanas y, éstas, me parecían meses Tal era la tensión que llevaba almacenada dentro de mí aquella temporada. Recuerdo que en esos días los telediarios hablaban, preferentemente, de la llamada “primera guerra del Golfo” en la que estaban muriendo miles de personas en el desierto de Irak. Ignoraba yo que faltaban poco tiempo para tener también la muerte llamando a mi puerta porque el destino está escrito, según los deterministas, y ninguno de nosotros puede cambiarlo. Me quedaba una prueba muy difícil de superar. Es algo que, al recordarlo,aún hoy día, me produce un dolor inmenso. No por lo que yo sufrí, sino por lo que hice sufrir a los demás, a las personas más cercanas a mí. Pero, aunque sienta un cierto malestar en la cabeza en estos momentos en que intento iniciar la descripción, tengo que contarlo. Fue tan grave que representó un punto de inflexión en mi vida, Ya nada fue igual que antes….

(Sigue el relato en «De Murias a Murias«)