Conducía mi automóvil un viernes del mes de marzo en los primeros años del nuevo milenio. Había salido de Pola de Lena muy temprano y, al entrar en la carretera general de Turón por la localidad de Figaredo, me encontré con cambios estructurales importantes. Aparqué el vehículo junto al cine y decidí enterarme de las obras realizadas que apuntaban hacia el valle de Turón. Lo cierto es que, después de un tiempo de convalecencia, debido a un accidente de tráfico que había sufrido meses atrás, volvía al Valle para hacerle una visita a mi madre que vivía sola en La Felguera desde el fallecimiento de mi padre, hacía algo más de un año. ¡Qué mejor para ello que entrar en el “Bar Manolo”!-pensé. Es que, tiempo atrás, en mi época universitaria, había desarrollado unas clases de Matemáticas en Santa Cruz durante varios veranos y esperando el transbordo de autobuses municipales, aprovechaba para tomar un café en dicho bar que, unas veces, me lo servía el dueño y, en otras ocasiones, su hija Alsira, una chica de mi edad aproximadamente. Ahora regentaba el negocio la propia Alsira que aún me recordaba y me dió una buena información. El llamado “cruce ”, al lado de la iglesia, solo era de entrada de vehículos para Turón, mientras que la salida se producía a través de una calzada construida sobre la antigua caja del ferrocarril “Vía Normal” que tenía su origen en La Cuadriella y llegaba hasta el puente de Ricastro donde se establecieron los correspondientes enlaces con la autovía Gijón- Madrid en los dos sentidos; en cambio, la conexión del vial de Turón con Mieres del Camino, Ujo y contorno, se producía con una variante de aquella calzada, que salía una vez pasado el pueblo de Peñule y llegaba hasta la antigua bolera (que fue necesario eliminar) donde se producía el enlace con la carretera N-630 ¡Monumental obra! – pensé. Desde aquel momento en que recibía las explicaciones de Alsira, me di cuenta del salto de calidad que había dado el valle de Turón. Me colmó de alegría por una parte y me dio lástima por otra, ya que mi padre, que siempre hablaba de la tierra con fruición, no pudo ver este extraordinario cambio. Me basta con recordar aquellos discursos que me echaba sobre el Turón glorioso de los años treinta cuando ya disponía de un Orfeón, de una Banda de Música, del Ateneo Obrero y de los originales “Concursos de vestidos de cuatro pesetes” que eran los precedentes de los actuales “Desfiles de modelos”.
Al llegar a Cortina nos sorprendió la presencia de un camión de gran tonelaje
Cuando alcancé el pueblo de Cortina pude comprobar lo que me había dicho Alsira: un “trailer” circulaba, efectivamente, en sentido contrario por una carretera independiente, asentada sobre el cauce del antiguo ferrocarril de “Vía Normal” Al parecer, transportaba algún tipo de mercancía elaborada en el Valle cuyo destino era una ciudad de la meseta.
No me pasó desapercibida la desaparición de la escombrera de “La Escribana”- depósitos de estériles cuya presencia lastraba el desarrollo de Turón como había denunciado en la prensa alguna vez- y en la zona situada entre Cortina y Cabojal se habían levantado algunas naves industriales. Eran las once de la mañana y varios operarios se dirigían a uno de los bares de este último barrio “a reponer fuerzas” ¡Cuántas veces había sugerido aquello de la doble calzada en los periódicos locales! La verdad es que me sentía entusiasmado porque las instituciones pertinentes lo hubieran llevado a cabo. Al llegar a Santa Marina el tráfico estaba interrumpido a causa de la avería de un enorme camión que cargado de materiales de construcción se dirigía, al parecer, a Urbiés y en la parada del autobús unos vecinos disertaban sobre la entrada en servicio en el edificio de segunda enseñanza de una rama de Formación Profesional destinada a soldadores y electricistas. Desde ahora, no habría necesidad de ir muy lejos a buscar expertos en estas especialidades. Además, en aquel instituto, gracias a la iniciativa del grupo de docentes que dirigía el profesor Espiño, se seguía obteniendo la titulación de “Técnico de Documentación Sanitaria” y todos los diplomados se iban colocando a lo largo y ancho de la región en los diversos hospitales de la misma. Lejos quedaba el día en que el “Conseyeru d´Educación”, a una delegación de Turón que denunciaba ante los medios audiovisuales el hecho de que este diploma fuera papel mojado al no ser reconocido en ningún centro sanitario de la autonomía (había que salir de la Comunidad Autónoma para ejercer aquella profesión) le advertía que no incordiara demasiado no fuera a ocurrir que desapareciera esa disciplina de Turón. Cuando , días atrás, oímos tal información en la radio de boca de una de las chicas afectadas por este problema, dudamos del talante comprensivo de tal “señor” que formaba parte del plantel que nos gobernaba desde Oviedo a toda la región. Me recordaba el mal hacer (por no hacer nada) de otras personas pero en una situación política diferente que coincidió con mi infancia y juventud. Lo grave del caso es que estos nuevos ejecutivos presumían de demócratas. Pero, en fin, ahora estábamos exultantes ante la implantación de aquel título académico que se había aprobado por iniciativa del anterior gobierno territorial. Para entenderlo, merece la pena recordar que, la especialidad citada, aparte de nuestro valle, solo se impartía en Oviedo, aunque la profesión no pudiera ejercerse en Asturias de momento.
Todo este asunto parecía un poco surrealista, pero los comienzos no eran malos. Había que dar tiempo al tiempo. Esta preferencia, dentro del contexto regional, volvía a situar a Turón como pionero en algunos aspectos igual que lo había sido en tiempos pasados. Mi enfado anterior, no tenía ninguna motivación personal. Ni política ¡Dios me libre! Era un cabreo contra nadie en particular y contra todos en general (léase organismos oficiales). A decir verdad, no gritaba contra nadie, sino a favor de Turón, que es la tierra madre ¿no es suficiente argumento? Pero a lo que íbamos: atravesé La Cuadriella y allí también percibí alguna transformación, pues a través de una glorieta se accedía a la Cuestaniana y la doble calzada seguía hasta el puente de La Banciella que había experimentado una anchura considerable. Al entrar en la recta que conduce al pozo “San José” experimenté una sensación extraña por inusual: el castillete se mostraba a mis ojos altivo y arrogante o, al menos, eso a mí me parecía. Estaba recubierto de una capa de pintura de coloración plateada y en sus aristas se reflejaban los rayos de aquel sol de mediodía, cuyos destellos contribuían a darle un aspecto soberbio e imponente. De los edificios colindantes salían y entraban gentes sin cesar. Se palpaba vida y movimiento en el entorno. No diré que lloré de alegría, porque sería dramatizar, pero creo que alguna lágrima intentó aflorar a mis ojos. ¡Por fin han tenido en cuenta a nuestra tierra! No eran tan desagradecidos-pensé. Dejando el automóvil en uno de los aparcamientos próximos, pregunté a algunos vecinos que pasaban por allí, acerca de las obras realizadas últimamente. Uno de los edificios, de impresionante porte clásico, albergaba el mejor salón de actos de la comarca, apto para la realización de todo tipo de actividades culturales; también allí estaban ubicadas las oficinas municipales en las que un par de funcionarios atendían las necesidades más urgentes, amén de otros tantos policías urbanos que día y noche velaban por el orden, la inspección y la regulación del tráfico en el Valle. A tal efecto, rememoré con satisfacción como se había resuelto un problema que se mostraba insoluble desde hacía tiempo y eso a pesar de que un año atrás en el Palacio Comunal, aprovechando la ausencia de un representante gubernamental, las fuerzas opositoras habían logrado aprobar para Turón un servicio permanente en cuanto a vigilancia y seguridad se refiere. Pero durante muchos meses, el equipo en el poder, alegando la falta de partida presupuestaria, ignoraba el resultado de aquella votación, saltándose a la torera la resolución descrita. Pero, en fin, ahora estaba solucionado y había que felicitarse por ello, pasando a disponer el Valle de la presencia permanente de varios uniformados. Era algo que había que aplaudir, a pesar de la tardanza y del empecinamiento de aquellos gobernantes vecinales, de querer llevarlo todo, en primero y último lugar, para la capital jurisdiccional. ¡Más vale tarde que nunca! –pasó por nuestra imaginación. Otro tanto pensaría la mayor parte de la población, pues se trataba de una petición largamente demandada para poner freno, por ejemplo, a ciertos mozalbetes, que al tener un vehículo en sus manos, usaban la carretera a ciertas horas del día como si del circuito de Le Mans se tratara, atemorizando con su actitud a más de un pacífico viandante.
En uno de los edificios del antiguo Pozo San José, vimos un letrero que decía: «Junta de Distrito»
En otra parte del edificio se hallaba una estancia en cuya entrada se podía ver un rótulo con letras mayúsculas, claramente diferenciadas, con un trazo grueso y negro que rezaba así: ”Junta de Distrito” ¿En cuántas ocasiones había sido prometida por el pretendiente de turno al sillón de gobierno cuando la época de los comicios se aproximaba?…!Ah, la Junta de Distrito, la deseada y la nunca conseguida¡ Pues hasta el momento presente fueron otras tantas las veces que se habían olvidado de concederla a Turón, cuando el tal aspirante alcanzaba el señalado pedestal en la capital del municipio. Pero, hete aquí, que casi sin avisar, con resolución, con energía- ¡cómo deben realizarse los buenos proyectos¡- se habían puesto manos a la masa y en aquel magnífico edificio del pozo “San José”, no faltó un hueco para dicho órgano de descentralización administrativa. Además, al lado de aquella magnífica construcción que en su día levantó Hulleras de Turón, había un novedoso ambulatorio (1).
completando, así, un conjunto lleno de actividad que nació al tiempo de la inauguración del llamado Centro de Mayores. Observamos que el acceso al moderno dispensario es amplísimo y carece de barreras arquitectónicas. En aquel momento salía una joven que conozco desde siempre, la cual lleva en una silla de ruedas a una mujer de unos setenta años convaleciente de una fractura de fémur. Se trata de su madre y, al interesarnos por su salud, nos dice que se encuentra muy animada pues le ha comunicado la doctora que pronto podrá caminar por sus propios medios. Pero, además, se la ve orgullosa de las nuevas instalaciones asistenciales, espaciosas tanto en sus dependencias internas como en el aparcamiento exterior contiguo al edificio !Ya era hora¡ -exclama la veterana vecina-porque el botiquín de La Cuadriella era un verdadero cuchitril y nosotros los turoneses merecíamos más. Al despedirse, nos pregunta sonriente para cuando la publicación del próximo libro sobre Turón… Como estaba reciente la publicación del quinto (En busca del Turón perdido), le respondemos sonriendo que habrá que esperar primero a que aquel desaparezca de las librerías, aunque, a fuer de ser sinceros, nuestra fuente de inspiración ya se va agotando.
Es necesario confesar que estábamos exultantes por todas las novedades observadas desde Figaredo. Sentíamos, por ello, como un extraño cosquilleo en el estómago, sólo experimentado en tres o cuatro veces, allá en los años de la adolescencia. Es que, no queda más remedio que admitirlo y no nos duelen prendas: somos sentimentales y la tierra nos tira mucho. Bueno, como cualquier turonés que se precie. Y somos legión por aquello de la diáspora: en Mieres del Camino, Oviedo, Gijón, Francia, Alemania, Bélgica, Suiza…
Todas estas percepciones tan positivas, estaban obrando en nuestro interior un cambio radical de criterio respecto del Palacio Comunal, de la Administración territorial y de la lejana de la Corte. “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Antes nos “caían” mal por el abandono y la desconsideración hacia una tierra injustamente tratada. Pero, de repente, todo lo contrario: bien, maravillosamente bien, porque se respiraba un aire nuevo en el ambiente del que, aquellos, eran sus verdaderos inductores.
De nuevo, envuelto en estos pensamientos, no podíamos disimular el júbilo que llenaba nuestra alma: el Centro de Salud tantas veces prometido por los delegados locales del pueblo, era ya una realidad. En principio cuesta trabajo creer esta mejoras porque el subconsciente, en lo que a los temas de Turón se refiere, estaba ya muy acostumbrado a la desazón y desilusión causadas, año tras de año, por aquellos que se autoproclaman nuestros portavoces populares. Pero bueno, de ahora en adelante hay que acostumbrarse a modificar nuestra opinión negativa sobre ellos: estamos viendo con nuestros propios ojos este edificio, donde se vela por la salud de los habitantes del Valle, que tardará mucho tiempo en quedar anticuado. De dejarnos llevar por el impulso bajaríamos ahora mismo a la villa capitalina y allí, en la plaza ante el Palacio Comunal, desplegaríamos una pancarta con letras enormes que dijeran algo así: ”A los encargados del bienestar público !Sois formidables¡ Perdón por mis artículos reprobatorios pasados. Perdón por no haber confiado en vosotros.”
Reflexionando de tal guisa, nos dirigimos al vehículo para emprender la marcha, cuando observamos a un hombre de mediana edad que nos hace señas moviendo ostensiblemente los brazos a la entrada del Centro de Mayores. Es Emilio, un viejo conocido que, entre otras novedades, nos puso al corriente de la obra que se había realizado en el patio del otrora colegio “La Salle”. Al mostrarle nuestro deseo de inspeccionarla de forma inmediata, no dudó en acompañarnos, pues como antiguo alumno que había sido de aquel establecimiento docente, sentía como en su propia carne el abandono y consiguiente deterioro que había sufrido el edificio desde que cesaron las actividades académicas. Pero, aunque no se le había dado un destino adecuado, existía un proyecto de rehabilitación del inmueble y, a su vez, el campo de deportes ubicado en la parte sur, se había sometido a una completa transformación, ya que en su lugar se levantó un magnífico polideportivo totalmente cubierto, dotado de un adecuado pavimento de parquet en el que podían disputarse diversas modalidades deportivas, y de un amplio graderío en derredor. Al llegar al recinto nos pareció percibir algunas voces portuguesas que me causaron cierta extrañeza en un principio, pero pronto Emilio me puso al corriente de las novedades: se trataba de cierto jugador brasileño que formaba parte del equipo “Acesol-Tucán”, de fútbol-sala, que en aquel preciso momento realizaba ejercicios de entrenamiento ¿Pero esta formación no se la habían llevado para Mieres del Camino?-pregunté. Todo el mundo recuerda que hace unos años antes, cuando ascendió a la División de Plata, por no disponer Turón de una pista reglamentaria se marchó para el polideportivo de Oñón, sin que las autoridades del ramo hicieran nada por evitarlo. Aquella noticia, la tengo grabada en la memoria, me produjo rabia. Pensé aquello de que “a perro flaco todo son pulgas” y no sin razón. Pero esto era agua pasada. Ahora con estas nuevas instalaciones perfectamente ejecutadas, todo olvidado. En este momento no tenemos más que aplausos para nuestros administradores, porque al tener un equipo en esa categoría llegan delegaciones deportivas de media España a Turón y eso es bueno para nuestra hostelería (2)
También se habían concluido las obras del hospitalillo de La Felguera que albergaba un centro diurno para discapacitados (3) después de varios años de promesas y engaños, paralizadas las obras siempre por la disipación de los presupuestos. El dichoso dinero, los millones, las inversiones que a Turón durante tantos años se le habían escamoteado. Sin embargo, ya estaba en funcionamiento, lo que permitía la asistencia de unas tres docenas de personas impedidas y, curiosamente, contra la opinión de algunas voces de que por ser atención de día únicamente no se iba a llenar, su ocupación era total generando seis puestos de trabajo de diferentes categorías que, además, habían fijado su residencia en distintos puntos del Valle.
Al pasar el Centro de Mayores, seguimos por la carretera que conduce al campo de futbol. Ahora era de sentido único y estaba totalmente remodelada
Siempre que regreso a Turón, y es con mucha mayor frecuencia de lo que algunos piensan, aterrizo en la casa paterna de La Felguera, donde he pasado más de media vida. Pero ahora, ante tanta primicia, volviendo sobre nuestros pasos, nos despedimos de Emilio, situándonos de nuevo junto al pozo “San José” donde teníamos aparcado el vehículo. Queríamos experimentar nuevas sorpresas por cuenta propia pues,, aquel vecino del Lago, no quiso desvelarnos nada para darle más emoción al asunto. Desde la rotonda que se había construido, continuamos hasta La Rebaldana, por la nueva carretera de circunvalación, al parecer inaugurada hacía escasas fechas ¡Esto sí que podía considerarse como una calzada de sentido único! Era más ancha que la antigua vía carbonera de HUNOSA y se hallaba recién pintada y debidamente señalizada. Al llegar a la altura de “la Ribaya”, nos detuvimos un momento en el arcén. No había ni asomo de obstáculos. Incidimos en esto porque en los últimos años, con las últimas lluvias invernales siempre se producía un “argayu” que permanecía allí ocupando la mitad de la calzada y obstruyendo la circulación varias semanas antes de ser retirado por los servicios comunales ” La Ribaya” nos retrotraía a nuestros primeros años, pues estaba situada en el entorno de nuestro barrio natal: El Fabar. Es una enorme pared de unos veinte metros que hace algunas décadas limitaba la trinchera de la “Vía Estrecha” con “el campo Santiago” en Villapendi ¡Cuántas veces la habremos escalado con menos de diez años!….Pero, luego, han sido más las ocasiones en que, observada desde casa, nos parecía imposible el haber subido alguna vez por aquel muro. ¡Menos mal que de vez en cuando surgían raíces de algunos vegetales que hacían de «piolet» pues de lo contrario hubiera sido imposible culminar aquella escalada. En aquellos años de la adolescencia, desde la ventana, levantando la mirada por encima de “La Ribaya”, nos encontrábamos siempre con las cimas de Cutiellos y Cutrifera y a pesar de formar parte esas cumbres del techo de nuestro valle, su ascensión se me antojaba mucho más fácil. Cutrifera- aprovechamos la ocasión para manifestarlo- es una montaña por la que sentimos un afecto especial, pues puedo decirse que nacimos a sus pies. La primera vez que nos asomamos a aquella ventana posterior de la casa del Fabar, la descubrimos y ya nos impresionó su altura. Nos fascinaron aquellas afiladas cumbres del cordal de Llongalendo que teníamos ante nuestros ojos, entre las que destacaban los picos de “Cutrifera” y “Mediudía”. Pero no debemos perdernos, ahora, en disquisiciones. Al reanudar la marcha por la carretera por la que seguía ascendiendo levemente, hay que destacar el gozo que sentíamos al volante por todo lo que estábamos descubriendo en aquella soleada mañana.

El encontrarnos con el “Polígono de La Bárzana” fue otra de las grandes sorpresas que nos conmocionó aquel día”
Sobrepasada “La Ribaya”, sufrimos un nuevo sobresalto al leer, sobre un señalizador situado poco antes de la desviación que lleva a Villapendi, un rótulo que rezaba de la siguiente manera: “Polígono de La Bárzana”. Tuvimos que restregarme los ojos al tiempo de comprobar que la calzada seguía por la zona central del antiguo campo de futbol, dividiéndolo en dos rectángulos exactamente iguales. Se había embovedado el rio en un trecho de unos ciento cincuenta metros, se había rebajado la escombrera del Fabar y se había abierto una nueva comunicación vial a la carretera del Valle, entre la casa de “María la sobreguía” y la de “Enrique el ferreteru”; por el lado opuesto, el polígono se había extendido hasta las proximidades del “Primero San Pedro” Esta fue la única forma de poder liberar hasta dos hectáreas de suelo industrial que en ese momento estaban ocupadas por diversas naves, levantadas en el lugar en que antes se situaban las tribunas norte y sur en los laterales del estadio.
Dominado por la curiosidad, nos detuvimos a tomar un refrigerio en la cafetería que daba servicio al personal del recinto. Al entrar en el establecimiento pudimos ver como algunos operarios e informáticos cambiaban impresiones al lado de la barra sobre los temas más dispares: deportes, proyectos de viajes ante las próximas vacaciones de Semana Santa….
No consideramos prudente, a las primeras de cambio, plantearle al camarero el tema sobre una duda que revoloteaba por nuestra mente en aquel momento. No queríamos herir la susceptibilidad de nadie pero nos intrigaba saber si la creación del polígono había levantado ampollas en algún sector de la población. Debido a una ausencia involuntaria del Valle, que duró casi un año, desconocíamos el grado de oposición vecinal ante la desaparición del campo de fútbol. Al menos, en el tiempo en que comenzamos a leer la prensa con normalidad, no vimos ninguna noticia al respecto.
La Bárzana formaba parte de la historia deportiva del Valle, pero construir el futuro para nuestros descendientes era más importante.
Hay que recordar que el Deportivo Turón tenía su historia, dentro de la Tercera División asturiana y, detrás de sí, había una extensa lista de seguidores incondicionales. Aficionados turoneses que habían disfrutado de tardes de gloria con su equipo cuando le conocía con el apelativo de “matagigantes”. Esto era debido a que, durante años, ni el Caudal Deportivo de Mieres, ni el Avilés, ni el Langreano de Sama, ni el Círculo Popular de La Felguera, que eran los “gallitos” de la competición, se llevaban un punto cuando venían a jugar a La Bárzana. Por todo ello, no consideramos prudente tomar ningún tipo de postura ante un tema que nos parecía sumamente delicado. Pero, poco a poco, el local quedó vacío, pues los clientes se iban reincorporando paulatinamente a sus puestos de trabajo. Fue, entonces, cuando fuimos “entrando” al barman con cierta cautela y este nos indicó que el gobierno territorial había realizado una inteligente campaña bañada de pragmatismo, que había convencido mayoritariamente a la ciudadanía. En un principio, el proyecto había causado una cierta confusión entre aquellos que apelaban a la historia, y también entre los más comprometidos con el futuro del Club Deportivo de Turón, justificando su postura en que aquel lugar había sido el de nacimiento de “nuestro equipo de fútbol más representativo” Sin embargo, por parte de la Administración regional se esgrimieron argumentos convincentes. La crisis que atravesaba el equipo, tanto deportiva como económicamente, debilitó mucho la protesta y, por su parte, el Principado se comprometió a facilitar a la Directiva un moderno y coqueto estadio en términos de Tablao, dotándolo de una tribuna en su cara norte para que pudieran resguardarse del frío los aficionados en las jornadas invernales. Por último, la promesa de que con el Polígono se iban a crear entre cien y doscientos puestos de trabajo, disipó las dudas de los más escépticos y acabó por vencer el sentimentalismo de otros pocos.
Según contaba nuestro contertulio aquello se cumplió a rajatabla, inaugurando una instalación deportiva “que no será necesario retocar en 50 años”-apuntilló.”Eso se llama hacer las cosas bien, pero la verdad que ya era hora” “No deje Vd. de subir a verlo y quedará gratamente impresionado. Pero le aconsejo que suba hasta Urbiés y verá los cambios realizados en estos últimos meses”- nos aseguró.
Teníamos grandes deseos de desligarnos de una vez de aquel cierto aire de reproche hacia nuestros gobernantes, alimentado por los largos años de abandono en que habían sumido al Valle, por el largo túnel en el que le habían metido. Pero era tal la desazón que impregnaba nuestra alma por aquella inacción tan prolongada, que casi habíamos perdido la esperanza de que pudiéramos algún día quitárnosla de encima. Ahora, sin embargo, como de súbito, sin que yo lo hubiera esperado, se estaban dando pasos muy importantes para construir el futuro de una tierra que hasta entonces no existía. Nuestra emoción iba in crescendo. Por eso le prometimos a aquel hombre que, con mucho gusto, después de pasar por Urbiés, a lo largo de la tarde, nos desplazaríamos a Tablao para contemplar las nuevas instalaciones.
El camarero, persona agradable donde las haya, zamorano por más señas, que había recalado en Turón al contraer matrimonio con una nativa, no estaba dispuesto a cerrar la conversación pues su carácter entreabierto y comunicativo se lo impedía. Apurábamos el último trago y creyendo aquel que marcharía a continuación con lo que se quedaría sin interlocutores un tiempo, prosiguió su discurso mientras terminaba de secar unos vasos que tenía sobre el mostrador: “Que les digan a estos hombres y mujeres que hoy tienen empleo en estas pequeñas industrias aquí establecidas y una vivienda en el Valle, que se vayan para casa con la carta de despido debajo del brazo porque van a traer de nuevo el campo de fútbol aquí, a La Bárzana. ¡Que se lo digan y arde Troya”.
Nos desprendimos de aquel hombre todo amabilidad, a duras penas, y una vez en el exterior respiramos profundamente. Mirando a las alturas, sentimos alivio en aquella mañana en que acabábamos de decir adiós al invierno hasta la temporada siguiente. Soplaba un ligero viento de componente sur que estaba derritiendo las últimas nieves que permanecían pegadas en las crestas de los picos más altos del territorio.
Estábamos tan contentos como si nos hubiera tocado el gordo de la lotería. Entonces, telefoneando a nuestra madre, le explicamos el súbito cambio de planes por desplazarme hasta Urbiés, impidiendo que la acompañáramos en la comida como era nuestro programa inicial. La verdad es que hacía una temporada que no la veíamos, pero, también era cierto, que nuestra comunicación era diaria por medio del teléfono. Le prometimos que, por encima de todo, iríamos a media tarde para luego cenar con ella.
Al llegar a La Rebaldana, la carretera se incorporaba a una calzada de doble sentido de circulación que continuaba hasta Urbiés después de sobrepasar una glorieta. Las instalaciones del pozo “Santa Bárbara”, el más importante centro hullero del Valle durante muchos decenios, estaba completamente rehabilitado así como su entorno. Observando detenidamente el castillete y los edificios adyacentes, pudimos distinguir una serie de reflectores estratégicamente situados que debían de proporcionar una magnífica iluminación nocturna a todo el conjunto. Habían sabido valorar la importancia de aquel santuario carbonero en el que tantas víctimas se habían inmolado a lo largo de sus setenta años de existencia.
Por primera vez en el Puente Villandio, cruzamos nuestro vehículo con un camión que bajaba de Urbiés, sin necesidad de esperar. Era porque se había remodelado el puente y la calzada tenía, ahora ¡siete metros de anchura!
El resto de la jornada, teníamos previsto agotarla en la parte alta del Valle donde conocemos a varios vecinos por aquello de la investigación sobre el Valle. En Urbiés se encuentra la mejor gastronomía de la zona, si hacemos caso a los turoneses que viven en Oviedo o Gijón y vienen, al menos una vez al año, a darse una vuelta por La Colladiella y su entorno.
Al dejar atrás Santandrés, no damos crédito a lo que vemos a través del parabrisas: nos vamos desplazando sobre una calzada totalmente remodelada. Pasados Los Podrizos, como unos setenta metros más arriba, nos encuentramos con una camioneta en el mismo “puente de Villandio” que procede de la cabecera del Valle y experimentamos una nueva e intensa sensación, pero esta vez, con efecto retardado. Lo que no tendría la menor importancia en otro lugar, aquí sí la tiene. Nos apercibimos de ello unos segundos después de perder la camioneta de vista. Precisamente, una vez sobrepasado el puente, nos damos cuenta de la transformación sufrida. Siempre que dos vehículos se encontraban en ese lugar, uno de ellos debía de ceder el paso debido a su angostura. Ahora ya no era necesario ¿Qué había ocurrido? La explicación era muy fácil: se le había dado a la calzada una anchura de siete metros, con un paso lateral de metro y medio para los viandantes. Pero ¿dónde están las sinuosidades de Santandrés, de La Vera ‘l Camín, del Cantu ´l Forno y de La Vegona? Sencillamente no existen porque se han corregido y en algunos casos desaparecido ¡Menuda carretera que han proyectado desde La Rebaldana hasta Urbiés! Para hacernos una idea, recuerda un poco a la de Mieres-Oviedo que sigue la ruta de Loredo y Argame.

De ahora en adelante, aquellos turoneses del exterior, a los que aludíamos antes, visitarán con más frecuencia el Valle, pues el llegar a Urbiés desde Oviedo será cosa de veinte minutos y desde Gijón tres cuartos hora utilizando, claro está, la Autoría Minera. Pero refiriéndonos al arte culinario, para no perder el hilo, discrepo cariñosamente de éstos, porque también se satisface la gula adecuadamente en La Veguina donde en la actualidad hay tan excelentes comedores como buena cocina. Inmerso en estos pensamientos llegaba a La Campa les Treches pero no me había pasado desapercibida la Residencia para la tercera edad que se había levantado en el antiguo “prau la Vegona”, previa eliminación de la montaña de estériles que lo cubría. Nos recordaba aquel edificio al de «Canuto Hevia» en Pola de Lena con sus amplios ventanales y su zona verde en derredor; sin embargo, el parque que lo circundaba era bastante más extenso, lo que permitía a los internos, al parecer, realizar a su través pequeñas excursiones cuando el tiempo lo permitía.
Lo mejor estaba por venir-según noticias que nos trasladaron en Urbiés. Expresado con otras palabras, «lo mejor estaba por ver» y eso se encontraba en Polio.
En Urbiés , en el restaurante en que tenía previsto comer, nos aseguraron, durante los postres, que aún nos quedaban cosas por ver, al estar ausente del Valle algunos meses como les había contado. Nos animaron a visitar, a la vuelta, el complejo hotelero y recreativo que, hacía escasas semanas, se había inaugurado en las estribaciones del monte Polio. Sonreímos como aquel que se encuentra satisfecho, como aquel que ya no pide más porque está totalmente colmado. Nos despedimos de aquel comedor no sin antes prometer la próxima visita del lunes de Pascua, como solíamos hacer desde algunos años atrás, cuando en esa fecha compartíamos mesa y mantel con algunos amigos.
Ya en carretera, pusimos rumbo a La Rebaldana y, a la altura del pozo “Santa Bárbara”, tomamos la carretera que asciende por la ladera norte del Valle. En “Los Espinos” hay un indicador que señala a la derecha la conexión con los pueblos de Pandel y San Xusto. Pero seguimos de frente por la espaciosa calzada, que durante bastantes años


había sido una importante vía industrial por la que salía todo el carbón del grupo” San Víctor” , explotado a cielo abierto. Después de varios giros del vial, ora a un lado, ora al opuesto, pronto tuvimos al costado izquierdo, el cordal de Llongalendo y observamos como el astro rey “discurría” ya por encima de La Braña, camino de “La Peña l’Aramu” que es el ocaso para nuestro valle. El viento soplaba, ahora, procedente del norte, aunque con escasa fuerza y algunas nubes comenzaban a aparecer en el horizonte. El ambiente era ligeramente fresco,

De izquierda a derecha, los barrios de Catrillón y Rozadiella y el pueblo de Sesnendi. En el alto del cordal, se adivinan más que se ven, las praderías de La Braña.
pero la tarde se presentaba majestuosa por su luminosidad; no obstante, se auguraba, según los partes del Instituto Nacional de Meteorología, una inestabilidad del tiempo para los próximos días. Nos estamos refiriendo a los llamados “torbones “de marzo, según habíamos oído contar siempre a nuestra madre por esta época. La calzada de anchura casi impensable para la zona, solo explicable por el carácter industrial con el que había sido construida para soportar el paso de camiones de gran tonelaje, disponía de un amplio arcén a ambos lados. Pero, además, ofrecía a cada paso la visión de soberbios escenarios, sobremanera, después de dejar atrás el caserío de La Cabana. Es recomendable hacer esta ruta a pie desde La Rebaldana pues la compensación que se obtiene por cada visual que lanzamos en cada momento, suple el esfuerzo que puede causarnos aquella caminata. Nuestra intención era llegar al lugar de emplazamiento de las antiguas naves de almacenamiento de maquinaria. Sin embargo, según las referencias facilitadas, un poco más abajo de aquellas instalaciones, se había habilitado una enorme explanada de dos hectáreas aproximadamente en la que la Administración territorial había levantado un edificio de dos plantas que recordaba al que el Centro Asturiano utiliza como centro de recreo en la falda del monte Naranco (Oviedo). Al contemplarlo por primera vez observamos que es, algo más pequeño que aquel. No faltamos a la verdad afirmar que es poco más de la mitad de su tamaño, al tenerlo en nuestra presencia. Disponía aquel inmueble de restaurante, hotel, piscina y un amplio aparcamiento para vehículos de todo tipo, estando dotado en sus inmediaciones de un extraordinario campo de golf. Las vistas que se obtienen desde allí son espectaculares en cualquier época del año pero, especialmente en primavera, como el día que estábamos disfrutando, cuando todo el paisaje está en período de total renovación dominando el color verde por doquier. Es cuando, tanto “L’ Aramu” como el macizo de las Ubiñas y la “Peña Mea, al oriente, ostentan su mejor ornato con sus crestas nevadas mostrando toda su realeza, cual si de cetros de plata se tratara ¡Impresionante¡ Nunca nos cansaremos de proclamar a los cuatro vientos, la maravilla que representan esos escenarios naturales que tan gratamente sorprenden a nuestros ojos. Después de tomar aire, volvimos a sonreír ¡Y nos han hecho caso! -pensábamos– ¡Y nos han hecho caso! No cansábamos de repetirlo en voz alta. Recordábamos, como después de tantas veces solicitarlo en la prensa regional, algunas

…como el macizo de las Ubiñas ostentan su mejor ornato…
personas de confianza, haciendo gala de su pesimismo habitual soltaban siempre el mismo discurso: Que en Turón “desde que el Dr. Rodríguez- Hevia presidía la asociación “Mejoras del Valle” no se había hecho nada y ya habían transcurrido quince años”. Argumentaban que, como la gente tenía satisfechas sus necesidades individuales, sobremanera la que ya tenía cierta edad, no quería saber nada de compromisos sociales por lo que eran causas perdidas aquellas misivas que dirigíamos a los gobiernos de Mieres y Oviedo. Tesis con la que, evidentemente, nunca estábamos de acuerdo, pues siempre alimentábamos la esperanza de remover conciencias. Además, teníamos fe en los turoneses que, en más de una ocasión, habían demostrado el cariño que sienten por la tierra natal, como en aquella ocasión de los años noventa del siglo pasado en la que, en número de tres mil, fuimos a Mieres a exigirle al Ayuntamiento soluciones alternativas al cierre de las últimas instalaciones mineras del territorio. Estos amigos tertulianos, nos recordaban, también, que los ediles nombrados por Turón jamás hablaban del Valle para pedir una mejora o hacer una reivindicación seria y todas las cartas enviadas a los medios de comunicación no servirían para nada, señalándonos que el más que probable destino de aquellos escritos preñados de reivindicaciones históricas era el basurero municipal. No nos gustaba lo más mínimo oír hablar en tales términos a aquellas personas que, por otra parte, eran nuestros amigos, porque había que aferrarse a la esperanza…
La verdadera realidad –argumentábamos-podría ser que, en las altas esferas, debían de tener grandes quebraderos de cabeza para repartir el dinero en una región como era Asturias, donde no solo nuestro valle sino toda la cuenca minera estaba comenzando a sufrir los efectos de la mal llegada, por indeseada, “reconversión industrial”. Imaginábamos a aquellos hombres con responsabilidades de poder, en fatigosas reuniones de alto nivel, pensando, reflexionando e, incluso, quitándose horas de sueño, para repartir, de la forma más racional posible, las ayudas que llegaban de Europa. Lo cierto es que tenían tantos puntos donde emplear el dinero que les llegaba a través de los Fondos Mineros o por la vía ordinaria de los presupuestos anuales… Pensemos en el Campus de Barredo, la urbanización de la Mayacina, la Y de Bimenes, el desdoblamiento del corredor del Nalón, la creación de una nueva Casa Consistorial en Mieres del Camino de la que se hablaba, el Museo del Movimiento Obrero, el Hospital de parapléjicos de Langreo, las rehabilitaciones de enclaves mineros como Lieres o el valle de Samuño, el Museo de la Prehistoria de Teverga, el tren-tran… Pero no, también se acordaban de nuestro querido Turón. Afortunadamente, yo estábamos equivocados. A fuerza de reiteración en el periódico, comprobamos, no solo por lo que ahora veíamos en Polio, sino, además, por las agradables sorpresas que en cascada había ido percibiendo desde las primeras horas de aquel día, cuando alcanzamos la localidad de Figaredo y nos adentramos en el Valle. Por fin, aquellas advertencias o recordatorios enviados a la prensa de forma paciente y periódica, habían surtido efecto. Se puede suponer la alegría que nos embargaba en ese momento en que ya estábamos en los alrededores de Polio. Porque, nadie puede dudar que siempre deseamos el progreso de la tierra ¡Cómo todos los turoneses también lo quieren, caramba! Lo decíamos totalmente convencido porque estábamos seguros de ello ¡Y nos han hecho caso! ¡Y nos han hecho caso! -repetíamos igual que un poseso. A decir verdad, no estábamos contentos porque se hubieran identificado con nosotros en la realización de aquellos proyectos, sino, más bien, porque se había hecho justicia con una tierra olvidada y maltratada. Era tal el júbilo que sentímos en aquellos instantes inolvidables que, haciendo uso del teléfono móvil, llamamos a la mujer comunicándole un deseo inmediato. Era un pequeño capricho. Tenemos que confesar que son muy pocos los caprichos que nos hemos dado en la vida, pero este queríamos satisfacerlo y no era otro que alojarnos por una noche en el hotel de Polio. A continuación, lo comunicamos también a nuestra madre. De nuevo, disculpas por no ir a cenar con ella ese día como en último caso tenía proyectado, Es que nuestra idea repentina ere, ni más ni menos, que quedarnos a dormir en el hotel que habían construido en Polio. La suerte es que, estas dos mujeres, que son las dos mujeres de nuestra vida, conocen muy bien nuestras singularidades cuando de la tierra natal se trata. En consecuencia, no vieron nada extraño en aquella decisión; al contrario, la apoyaron porque sabían que nos hacía feliz.
Después de una frugal cena, nos retiramos a descansar y a esperar al nuevo día. Nuestro destino en una habitación cuyos balcones miraban al sur, según nuestro deseo. No hubo ningún problema porque aún faltaban algunos días para la Semana Santa que era cuando, eso sí, la ocupación de las plazas hoteleras se presumía iba a ser completa, según las informaciones que nos dieron en Urbiés. Hay un detalle que observamos antes de acostarnos en aquella flamante cama y que es difícil que olvidemos: en la mesita, que soportaba una artística lamparilla de noche, había una esquela que contenía la siguiente leyenda en letra de redondilla y trazos gruesos: “Bienvenidos al Parador del Pueblo. Le deseamos una estancia agradable en este valle encantado y poco conocido. Los representantes populares le saludan”. Quedamos alucinados. Volvimos a restregarme los párpados y a pellizcarnos las mejillas. Era demasiado hermoso y además era verdad. Estábamos tan emocionados con aquellos detalles tan originales que sospechábamos la dificultad que ibamos a tener para conciliar el sueño, si tenemos en cuenta que de forma habitual ya nos enfrentábamos a algunos problemas relativos al insomnio. De todas formas, nuestro deseo era que llegase pronto el nuevo día para despertar a la sombra del “picu Polio”, anhelo que siempre tuvimos. En esta ocasión ua estábamos seguros de que se iba a cumplir.
Y los sueños… sueños son, como dijo Calderón de la Barca
Me metimos en la cama, no sin antes haber activado la alarma del móvil, ajustándola a las primeras luces del alba del día siguiente. Imaginábamos ya la secuencia a seguir: envueltos en un albornoz y antes de que nos sirvieran el desayuno, saldríamos a la pequeña terraza a la que se accedía desde la habitación para conservar aquella imagen, que ponía a Cutrifera al nivel de nuestros ojos, para toda la vida. La misma panorámica que hemos contemplado tantas veces desde niño cuando recorría, durante el verano, los caminos de Misiego desde “casa Antona la de Carreño” a los prados de “La Gotera” , allá en el alto que limita con el valle de San Juan. Aquella percepción desde el excepcional mirador, en plena montaña, iba ahora, a reforzar la de los primeros años e iba a quedar grabada para siempre en el desván de nuestro cerebro. Pues, es bien cierto que, a nuestra memoria, es conveniente atiborrarla, de vez en cuando, de buenos recuerdos, de sensaciones agradables, para neutralizar los malos momentos que también abundan, por desgracia, en nuestra existencia.
– ¡Riiiiiiinnnnng…………..¡
El despertador sonó con estrépito a la hora preestablecida. El sonido estridente nos causó hasta cierto fastidio en los primeros instantes. Enrollando la persiana que cerraba totalmente la ventana de la habitación vimos como una densa niebla ocultaba las cumbres de Cutrifera y Cutiellos. Pero no cabía la menor duda que no tardaría mucho en difuminarse dando paso a un espléndido día como había anunciado “el hombre del tiempo”. Aquellas cimas, sin embargo, no quedaban a la altura de nuestras pupilas sino mucho más elevadas. ¡Qué extraño¡ Nos sentimos en ese momento un poco extraviados, como desubicados, mientras tratábamos de desperezarnos. Fueron sólo unos segundos, cinco a lo sumo, pero los precisos para hacernos cargo de la realidad: lo que sí teníamos enfrente era el “argayu” de “La Ribaya” que casi cubría la mitad de la calzada de la que conocemos como carretera de HUNOSA. En efecto, se trataba de aquel obstáculo que llevaba ya así más de quince días y nadie se había preocupado de retirarlo. Fatalmente, no nos encontrábamos en Polio sino en la casa paterna de La Felguera. Nos habíamos dado cuenta de ello casi al instante: era un fin de semana y nuestra idea en la víspera había sido el darnos un madrugón, aprovechando la bonanza del tiempo para eliminar unos rastrojos, resultado de la poda realizada el mes anterior en una especie de jardín-huerta que posee nuestra madre en la parte posterior de la casa.
Todo lo relatado con anterioridad había sido un sueño, un espejismo, una ilusión y en Turón, desgraciadamente, todo seguía igual siendo el abandono y las carencias el principio y el fin de todos nuestros males. El “argayu” de “La Ribaya”, junto a la casa de “Carmina la merenga”, una antigua echadora de cartas, nos habían sacado del equívoco en un abrir y cerrar de ojos ¡Puñetera vida!
Litobeyman
Unos meses después de esta publicación, nos encontramos en una calle de Mieres del Camino con un vecino que, años atrás, había sido alumno en nuestra Academia de Matemáticas del barrio de La Felguera. Iba acompañado de su esposa, de origen madrileño, una mujer inteligente, culta e interesada por los problemas de Turón como pudimos comprobar. Ella me hizo saber que al leer el anterior artículo que venía incluido en el libro «El enigma de Turón» (véanse páginas 253-61), se mostraron sorprendidos y confundidos a la vez, de tal forma que, aprovechando un día luminoso, decidieron subir al monte Polio para comprobar si allí existía el hotel que se describe. Tenían los mismos deseos que nosotros y que cualquier turonista de ver un establecimiento hostelero con todo su equipamiento moderno a los pies de aquella montaña. Pero llevaron la misma decepción nuestra al despertar de aquel sueño que parecía demasiado hermoso para ser verdad. De todas formas, podemos asegurar que no perdieron el viaje porque caminar por los alrededores de aquella cumbre mítica, siempre es un regalo impagable. ¿Verdad José Manuel?
(1) Habrían de transcurrir doce años después de la publicación de este escrito para que el proyecto se hiciera realidad.
(2) La realidad es que en Turón se había hecho un equipo grande. Algunos se las arreglaron para llevarlo a Mieres del Camino y allí lo dejaron morir. Pero ¿porqué le tendrán tanta inquina a Turón?.
(3) La realidad que contradice a esta ficción es que se inauguró unos bastantes años después con un presupuesto muy disminuido y con un proyecto horrendo que desfiguró la forma geométrica inicial que ostentaba el edificio.