EL CRIMEN DE TURÓN

El valle de Turón, hasta el siglo XIX, era un territorio ocupado por campesinos desde tiempo inmemorial

                          El mundo rural predominó en España hasta la llegada de los años sesenta del siglo XX cuando comenzó su verdadero despegue industrial. Particularmente, en el valle de Turón, ese cambio se produce, bien entrada la segunda mitad de la centuria decimonónica. Hasta entonces, cada pueblo de este territorio, asentado sobre ambas laderas del Valle, tenía su parte de tierra dedicada al forraje y mantenimiento de la ganadería y otra, cercana a las rústicas viviendas de los lugareños pero bien soleada, destinada a la obtención de productos alimenticios básicos para la subsistencia( escanda, maíz, patatas…) La primera estaba constituida por las diversas praderías que se extendían hasta los puntos más altos de cada vertiente y a la segunda se la conocía familiarmente como «la vega». Aún hoy en día quedan bastantes huellas de ambas pues, si bien sus gentes ya no dependen de la agricultura y de la ganadería, unas pocas familias las utilizan como una actividad complementaria a otras formas de vivir totalmente diferentes a las de antaño.

La Vega, La Veguina y La Vegona

Por referirnos a las tierras de labor más importantes que existían todavía en el último tercio del siglo XIX con los nombres que provenían de tiempos lejanos, recordaremos en primer lugar, a una extensa superficie que iba desde El Codoxal (actual Cabojal) hasta La Cuadriella, que se la conocía, propiamente, como «La Vega». Si ahora nos situamos en Villabazal, sede de notarios y regidores, este núcleo poblacional fue el verdadero centro político del Valle desde la antigüedad. Lo atravesaba el camino real que seguía por Sobrepuenes y La Felguera, junto a la iglesia de San Martín, en dirección a la vicaría de Urbiés. Pues bien, a los pies de Villabazal y en suave pendiente, descendía hasta el mismo río Turón una parcela que cumplía la misma misión que la anteriormente citada y que por ser de menor extensión que aquella, se la conocía por «La Veguina».

El verdadero momento en que comienza la industrialización del Valle, se produce en 1867 cuando Vicente Fernández Blanco, natural de La Pena ‘l Padrún (Figaredo), que había contraído matrimonio con María Martínez de Vega nacida en Villapendi, obtiene la concesión del «Coto Paz». Entonces abre una primera mina de carbón que bautizó como «La Formidable» para explotar seguidamente el subsuelo de la parte baja del Valle. Si a esto unimos el hecho de que, en 1890, «Hulleras de Turón», una empresa minera vasca, se va a beneficiar de los yacimientos carboníferos de las partes media y alta del territorio, tenemos el cuadro completo de la entrada de esta zona en el mundo del progreso. Por esas fechas su población apenas alcanzaba los dos millares de habitantes.

La gran transformación del Valle

Cuando empezó esa nueva etapa, los técnicos municipales, al construir la nueva carretera general del Valle, decidieron que discurriera por la zona más llana, es decir, por el fondo del mismo. En sus márgenes se iba a producir el verdadero desarrollo urbano. Este vial terminaba en Urbiés, precisamente, al lado de una enorme parcela de terreno que, desde tiempos antiquísimos, alimentaba a los pobladores de la hijuela. Por su considerable extensión se la conocía por «La Vegona», denominación que aún se mantiene.

El comienzo de la explotación de las minas y la construcción de la citada carretera, a principios del siglo XX, ocasionó, a partir de entonces, una fiebre de construcción de edificios, sobremanera, en el trayecto que parte de La Cuadriella, pasa por La Felguera y concluye en El Lago. Así nace el barrio de La Veguina.  Su nombre se tomó del antiguo terreno agrario de Villabazal, citado más atrás, sobre el que se asentó y lo constituía un vial rectilíneo de un hectómetro de longitud aproximadamente. Calle que pronto comenzó a ser ocupada por un incipiente comercio, presto a satisfacer las necesidades que demandaba una población nueva y diversa, alojada en diversos barrios creados por la propia empresa minera (San Francisco, San José, San Benigno, San Pedro, Santo Tomás…). La creación de estas entidades de población, fueron necesarias para acomodar lo más rápidamente posible al numeroso ejército de jóvenes que no cesaba de llegar al  Valle. El flujo constante de forasteros tenía como destino el trabajo en la mina que era insalubre y arriesgado, pero proporcionaba un salario que, aunque exiguo no era poco para aquellos si tomamos en consideración que procedían, generalmente, de zonas pobres de España y sin ningún futuro.

La Veguina: la verdadera «city» del Valle

                   Con la progresión continuada del Censo en aquellos primeros años del siglo XX, asistimos, como insinuábamos más atrás, a la apertura de numerosos negocios en La Veguina. Gentes emprendedoras (José Solís «Parana», Benito Fernández de Enverniego, Cándido Menéndez y su esposa Mercedes Viejo, Leoncio Villanueva, Salvador Martínez de Vega, José Álvarez de la Losa, Benavides…) no tardarían en abrir sus puertas a toda clase de establecimientos: restaurantes, fondas, zapaterías, tiendas de ultramarinos, sastrerías,  cines, ferreterías, entidades bancarias, almacenes de vinos…

                   A partir de ese momento, La Veguina, por su propia morfología y por su proximidad al centro técnico y administrativo de la empresa minera (La Cuadriella), se va a convertir en el verdadero pulmón del Valle. Allí latía el corazón de la población turonesa: en las variadas tiendas, durante la mañana, compraban las amas de casa todo tipo de artículos, en sus bares  tomaba el vino “fino” al mediodía y el café después de la comida, la pequeña burguesía existente, y allí, en los innumerables “chigres”  se divertían los mineros al atardecer, degustando los vinos de León, después de una agotadora jornada en el interior de la mina. Pero los domingos, aunque los comercios estaban cerrados porque así lo había dispuesto desde  siempre la Santa Madre Iglesia, la afluencia de gente no era menor. Tanto, por parte de los que asistían al templo parroquial de La Felguera a cumplir con el precepto dominical en la misa de doce, como por los que tomaban el vermut en los diferentes establecimientos de bebidas que llenaban aquella avenida. Sin hablar de la sesión vespertina que ocupaba a una parte del vecindario en otro tipo de diversión: los mayores asistiendo a las sesiones cinematográficas que se exhibían en el cine de Froilán y los jóvenes acompañando a sus parejas en los salones de baile.

Turón es una villa

                   Reflejo de este esplendor, llegó el momento que en libros, revistas y diccionarios enciclopédicos, otorgaban a Turón (léase “Valle de Turón” en este caso) la categoría de “villa”. Lo hemos podido comprobar hace bastante años y en variadas ocasiones. Sin entrar en el origen  y desarrollo histórico de este término se puede decir, en sentido amplio, que una villa es una entidad poblacional en la zona rural con una categoría intermedia entre la aldea y la ciudad, pues sus habitantes disfrutan de unos servicios básicos fundamentales y presentes en cualquier urbe. Turón los tenía pues, aparte de lo expuesto, disponía de farmacias, de centros  culturales (Ateneo Obrero), agrupaciones musicales (Banda de Música, Orfeón, Polifónica) y deportivas, integradas en la Federación Asturiana de Fútbol (Club Deportivo Turón y Figaredo Club de Fútbol). En cuanto al aspecto demográfico, podemos apuntar que, en el siglo XX, albergó una población que se movió siempre dentro del intervalo de los 15.000 y 25.000 habitantes. Pero por encima de todo, y como verdadero origen y causa de tal esplendor, estaban las dos industrias implantadas en la zona (Hulleras de Turón y Minas de Figaredo), cuya nómina conjunta fluctuó, durante muchos años, entre los 6000 y 8000 trabajadores.

                   Volviendo a “La Veguina”, es de justicia afirmar, que era considerada por todos como la “city”, es decir, el barrio o lugar más importante del Valle, con sus modernas construcciones, lo que ya le confería al territorio desde  los años veinte un carácter urbano que dejaba atrás aquella estampa pueblerina propia del mundo rural, como habíamos soslayado más atrás. Por eso, para cualquier forastero, “La Veguina” era- hasta el día de hoy incluso- “Turón”   cuando todos los oriundos saben que Turón es mucho más que “La Veguina”, o expresado en otros términos, “La Veguina”, aunque sea el más importante, es uno de los muchos barrios y aldeas que constituyen el valle de Turón. Efectivamente, para “desfacer este entuerto” tenemos que hablar del “valle de Turón” que es un conjunto de pueblos integrados en cinco feligresías en la actualidad (Santa María de Figaredo, Santa Bárbara de La Cuadriella, San Martín de Turón, San Andrés de Turón y Santa María de Urbiés), que en los tiempos de nuestro estudio lo formaban tres  y que, hasta 1883, lo constituían  solo dos (Figaredo  y Turón). Pero, bueno, hacerle una pregunta de este tipo a un foráneo y responderla correctamente “es para nota”.

La «masacre» de un territorio minero: huída de los jóvenes

                    Dejando el humor aparte, atravesar La Veguina en nuestros días, es cosa seria. Diríamos que es verdaderamente preocupante y no porque nuestra vida vaya a correr peligro alguno. El hablar en estos términos es consecuencia del panorama que se  muestra ante nuestros ojos que nos hace exclamar una sola palabra que lo define con exactitud: desolador. ¿Dónde está el esplendor de antaño? ¿Dónde están aquellas multitudes, aquellos grupos de gente que paseaban, que se detenían para hablar con sus vecinos, con sus familiares o que simplemente deambulaban en un ir y venir constante por aquella calle que unía “El Puente Nuevu” con las “Casas del Gallo” en determinados días de la semana?  Ese ambiente dominical y festivo se prolongó aún muchos años después de concluida la guerra civil de 1936. Pero ahora nos preguntamos: ¿Qué fue de Casa Benavides, de Casa Parana, Casillín, Casablanca, Casa Tiva?…. ¿de los cines Froiladela, Fideflor, Río y Copeval, de las pistas de baile La Agustina y María Luisa?… Causa pavor contemplar tanto abandono. Solo se ven comercios que han echado la persiana hace bastantes años. Hay tanto silencio que impresiona. Nada del ruido callejero de aquellos tiempos. No se percibe vida apenas. La Veguina se asemeja, ahora, a ese moribundo que está dando los últimos estertores ¿Cuál ha sido la causa de tal deterioro? ¡El cierre de las minas!- se oye decir. Es cierto. Aquella industria proporcionaba riqueza para algunos pero vida para todo el mundo.

Los responsables de esta catástrofe andan sueltos

Cuando, finalizando el milenio, comenzó a llegar un río de millones a la Cuenca Minera para compensar el cierre de sus explotaciones, aconteció lo inesperado: a Turón no le concedieron ni un solo euro. Ni siquiera dejaron una vía de ferrocarril como recuerdo de las tantas que surcaban el Valle en todas las direcciones. Se cuidaron muy mucho hasta de este detalle para que , ni siquiera pudiéramos instalar en el Valle un gran museo minero o un parque temático como han hecho en otras lugares no muy lejanos al nuestro. Se señala como protagonistas directos de esta catástrofe a algunos de nuestros administradores que no se detuvieron, ni un instante, a pensar que de esta tierra habían salido nada menos que ¡100 millones de toneladas métricas de carbón! en beneficio de la economía nacional. No tuvieron en cuenta que, en 1958, Hulleras de Turón había producido nada menos que 1.377. 700 toneladas de hulla bruta, lo que le permitió seguir ocupando, como muchos años atrás, el tercer puesto en el ranking regional detrás de Duro Felguera y Hullera Española. No tuvieron en consideración que estas cifras hablaban a las claras de que Turón no era un valle cualquiera y había que tratar de compensarlo de alguna manera. He aquí lo que nosotros hemos dado en llamar el crimen de Turón. Este fue el gran agravio que se cometió con esta tierra. Herida que aún sangra por sus cuatro costados. No se pensó, ni por un instante, en el gravísimo perjuicio que iban a ocasionar a las nuevas generaciones. A los descendientes de aquellos mineros que habían destrozado su vida horadando las entrañas de una tierra generosa. A los hijos y nietos de aquellos «héroes de las tinieblas», que no les quedó otro remedio que huir de la tierra que los había amamantado. Ahí está el crimen de Turón. Flota en el ambiente. No faltó previsión, lo que sobró fue rencor hacia esta tierra que tan buenos servicios había realizado al país. Lo más lamentable es que los responsables de nuestra desgracia andan sueltos. Son individuos con nombres y apellidos que tuvieron  importantes cuotas de poder , a diferentes niveles (político, social, sindical) en las dos últimas décadas del siglo pasado y del primer decenio del actual. Actualmente ya no ejercen ninguna actividad de tipo ejecutivo porque están disfrutando de una jubilación dorada. En verano, se les puede ver huyendo del bochorno de los rayos de sol bajo la protección amorosa de una sombrilla en cualquier playa, no importa el país; por el otoño se exhiben junto a sus amiguetes en una terraza de cualquier café, pero lejos del lugar de sus «hazañas». Y frente a unas copas de sabroso licor bromean con la filosofía de moda, que nos han dado con azúcar repetidamente en los medios de comunicación, como decía mi padre. Es una doctrina basada en el hedonismo, que nos previene de que la vida es corta y hay que disfrutarla. Para ello, claro, hay que consumir y cuanto más, mejor. Estos responsables andan sueltos y fueron los que mataron a La Veguina. Pero no solo a La Veguina, para que vamos a andar con nimiedades, mataron  a todo un pueblo y a todo un territorio, no se sabe bien a qué precio. Pero están tranquilos porque saben que nadie los va a perseguir ni llevar ante ningún tribunal que juzgue sus malas artes.  Conocen la crónica de este valle de Turón al detalle: grandiosa por momentos y gloriosa en su conjunto. También son conscientes de que lo arruinaron con saña, vale decir, con alevosía, premeditación y pleno conocimiento de lo que hacían. Sin embargo, para nada  les preocupa la felonía que cometieron ya que carecen de conciencia. No obstante, la Historia ya les ha condenado para siempre.

La larga noche de Turón

Con el cierre del Pozo Santa Bárbara a finales del siglo pasado y del Pozo Figaredo a comienzos del nuevo milenio, se esfumaron los últimos mil puestos de trabajo que había en el Valle. Entonces la economía local comenzó a desmoronarse y, en consecuencia, la población se resintió de tal manera que en el momento presente (año 2019) apenas alcanza los 4000 habitantes. Y sigue descendiendo. Estas consecuencias nefastas forman parte de lo que definimos como el crimen de Turón. Nunca en este valle, y por favor dejemos las ideologías aparte, en toda la historia conocida, se había producido un acontecimiento de tal envergadura que afectara de forma tan funesta a tantos miles de personas como el que hemos relatado.

Lo verdaderamente inquietante es que, después del desplome brutal de la actividad económica en estos últimos treinta años, no se vislumbra que nuestros representantes autonómicos tengan la intención de preparar un proyecto que saque de la miseria a este territorio. Un valle que fue relevante dentro de nuestra región, no solo a nivel industrial, sino también en otros diversos aspectos como fue el cultural, el artístico o el deportivo.

Nos sangra el pecho de coraje ante tanta arbitrariedad. Nos duele Turón porque es nuestra tierra del alma, es nuestra madre. Pero, sobremanera, nos duelen tantos merecimientos y tan escaso premio el recibido. Ese es el crimen de Turón.