EL HOMBRE QUE NO PERDIÓ EL ÚLTIMO TREN

Mi encuentro postrero con la docencia

                                                    Un día de la primaver del año de 2003, coincidí en el campo de la iglesia de San Martín de Turón con la mujer de un primo hermano mío. Asistíamos al funeral de un vecino y al preguntarle por su hijo, que hacía algún tiempo que no veía,  me dijo que estaba estudiando en Mieres del Camino pero que se encontraba  bastante desilusionado. Expresado en otros términos, que  le estaba resultando muy difícil enderezar el rumbo para poder concluir la carrera técnica que había iniciado. Yo creía recordar,  tiempo atrás, de boca de su padre, que al interesarme por Jonathan, que así se llamaba el joven, me había manifestado que estaba comprometido con los estudios de Formación Profesional. “Sí, pero ya los terminó-puntualizó su madre-y ahora lleva unos años matriculado en la Escuela de Ingenieros Técnicos pero a las clases de Matemáticas de primer curso no asiste porque no entiende nada.

                                          Comprendía perfectamente lo que me decía. Me parecía normal todo lo que me contaba porque esa música me sonaba, aunque era una música lejana. Ahora, entre mis preocupaciones más inmediatas estaba el comenzar, pronto, la elaboración de un nuevo trabajo de tipo histórico, que sería mi quinto libro sobre el Valle.Transcurrieron unos segundos en silencio y como yo no me hiciera eco de sus palabras, expresó un deseo que llevaba dentro:

                                      -Lito ¡Si tu pudieras darle lecciones particulares !… 

                                    Me cogió de sorpresa aquella proposición, al tiempo que me sembró la mente de dudas. De repente, me sentí enredado en un nuevo problema porque me estaba despertando algo que tenía dormido y era la pasión por la enseñanza. Ya hacía años que pensaba que aquella era una página de mi vida que había pasado sin posibilidad de vuelta atrás. Sí, aquellas palabras, inesperadas, me estaban creando un problema y de los gordos, pues, aparte de mi trabajo en el Ayuntamiento de Oviedo y el proyecto de un nuevo libro sobre Turón, me surgía  la posibilidad de sumergirme, de nuevo, en un campo que me deleitaba. No le prometí nada porque no veía claro de donde iba a sacar el tiempo. Venía de  publicar el libro “Turón. El fin de una época” (solía presentar un libro sobre Turón cada dos o tres años) y, lo único que tenía a mi favor era que, al menos, durante los próximos meses, tenía el panorama despejado.  Le dije que pasara por la casa materna y que me trajera el programa. Necesitaba verlo para hacerme una composición de lugar. Durante mis largos años de dedicación a la enseñanza de las Matemáticas, había impartido clases a alumnos de Bachillerato, COU y Magisterio y, esporádicamente, a aquellos que estudiaban en la Universidad de Oviedo (Curso Selectivo de Ciencias y de Técnicas)  o hacían el curso de Preparatorio para ingresar en la Escuela de capataces de Minas. Ahora, era consciente de que los planes de estudio habían cambiado en varias ocasiones, pues lo que antes eran Capataces luego se llamaron Facultativos, después Peritos y, últimamente, Ingenieros Técnicos. Al mismo tiempo, las asignaturas de Matemáticas para concluir la carrera habían crecido en exigencia.

                                      A los pocos días vino Jonathan por la casa de mi madre en la que  vivía desde meses atrás Mercedes, una hermana mayor, también viuda, que le hacía compañía. Mercedes era, precisamente, abuela de Jonathan y estaba encantada con que su nieto pudiera venir allí  casi todos los días.

                                   Al inspeccionar el programa de la asignatura “Fundamentos de Matemáticas”- este era su nombre oficial- observé que se componía de dos partes: Cálculo Infinitesimal y Álgebra Lineal, ambas cuatrimestrales. La primera comprendía, entre otros temas, Trigonometría plana  y esférica (Teorema de Delambre-Gauss), Teoría de números complejos (Fórmula de Moivre), Cálculo de límites de funciones, Series. Convergencia  y divergencia. Cálculo integral (Regla de Barrow) y Ecuaciones diferenciales; en cuanto a la segunda estaba constituida por diversos capítulos como  el Cálculo de matrices y determinantes, Discusión de sistemas lineales (Teorema de Rouché-Fröbenius), Espacios vectoriales o la Geometría analítica del plano  y del espacio.

                                   En general, me gustó volver a encontrarme de nuevo con estas palabras, con estas frases, con estos términos, después de unos cuántos años. No obstante, había algunos temas que tenía algo olvidados por el  tiempo transcurrido sin hacer uso de ello, como los Espacios vectoriales o la Trigonometría esférica; sin embargo, la mayoría de los restantes capítulos los tenía tan frescos que me parecía haberlos explicado por última vez la semana anterior. Es cierto  que tenía mucho material acumulado de mi paso por la Escuela de Minas y sabía cómo ponerme al día en poco tiempo, pero dudaba de comprometerme con mi sobrino pues me obligaba a desplazarme a Turón todos los días y yo tenía en mente seguir con la investigación de la historia del Valle.

Comenzamos las clases una vez concluidas las fiestas patronales del Cristo de la Paz

                                   Aquel día también me trajo algunas hojas de exámenes propuestos en cursos anteriores y, una vez que observé el material, tanto teórico como práctico, le propuse esperar hasta setiembre para ver si era posible organizar la nueva tarea dentro del plan personal que yo tenía desplegado desde tiempo atrás y al que no quería renunciar. La verdad es que la enseñanza es como un veneno que siempre llevé dentro. Esa idea de transmitir a los demás- poniendo toda la capacidad e ilusión posibles-una serie de conocimientos que a mí mismo me entusiasmaban, siempre fue un impulso que surgía en mi interior con una fuerza inusitada.

                                   Pasadas las fiestas del Cristo, ya tenía la decisión tomada. Como había prometido, llamé por teléfono a su madre y le hice ver que esa iba a ser la última vez que me dedicara a la enseñanza. Quería, de esta manera, luchar contra el propio destino. Como si nunca hubiera tenido aquel desgraciado accidente que me hizo tanto daño entre los años 1991 y 1992. Quería borrarlo de mi mente. Como si aquel terrible percance nunca hubiera existido y estas clases llenaran el horrible vacío que se me produjo después. Aún recuerdo textualmente lo que le dije: ”Mira, durante estos años pasados, fueron muchos los padres que se dirigieron a mí para que reanudara las lecciones de Matemáticas de antaño. A todos les dije lo mismo, que mi ciclo en la docencia había terminado. Pero, ahora, con Jonathan voy a hacer una excepción. Voy a ayudarle por dos razones: porque siento placer en esa dedicación y porque forma parte de la familia.

                                   El primer día que vino a clase establecimos las pautas a seguir en lo sucesivo y uno de los primeros acuerdos que tomamos fue el concentrar el tiempo semanal   en tres días (lunes, miércoles y viernes) con la duración de la clase fijada en una hora y tres cuartos. Esto nos favorecía a ambos por igual pues evitaba nuestro desplazamiento diario a Turón; Jonathan desde Mieres del Camino  y yo desde Oviedo, pues aún seguía con mis obligaciones en el Ayuntamiento.

                                         Para comenzar las lecciones, era necesario hacerle un breve examen con la finalidad de conocer su nivel de conocimientos y saber  sobre que temas era necesario incidir con más firmeza. Le aseguré que iba a tratarlo como si fuera hijo mío. Esto quería decir que si yo tenía que echarle una bronca un día determinado porque las cosas no iban como le hubiera señalado, que tendría que aguantar el chaparrón porque yo tendría razón con toda seguridad. Hay que tener en cuenta que  Jonathan ya era un hombre hecho y derecho con 1.80 metros de estatura  y 28 años cumplidos. Me comentó que tenía pendientes media docena de asignaturas para concluir la carrera, entre las que se encontraba, lógicamente, “Fundamentos de Matemáticas” que, por otra parte, era la «llave» para obtener el título. De las demás me dijo que era cosa suya el ir aprobándolas poco a poco con su propio esfuerzo.

                                   Volviendo a la posible arenga cuando no siguiera mis normas, le advertí que si un día trataba de “sublevarse” contra ellas, desde ese momento,  suspenderíamos las lecciones definitivamente. Yo me iba a esforzar por extraer lo mejor de mí mismo pero él tenía que cumplir con lo que le señalaba, que ya era “mayorcito”.

                                   Suponía yo, y con muy buen criterio, que su nivel general de Matemáticas era bajo por lo que  nos teníamos que olvidar momentáneamente del programa de “Fundamentos…”    Comencé a examinarle y vi que no me concretaba nada. Entonces, para ahorrar tiempo, en vez de hacerle preguntas, decidí que él mismo, libremente, me diera alguna definición concreta, tanto de Aritmética como de Geometría: 

                                  -¡Que sé yo!… ¡La línea recta!- respondió con rapidez.

                                   No dudó. Lo  vi muy resolutivo.

                                  – A ver- le dije.

                                  – Pues  es la distancia más corta entre dos puntos.

                                  -Bueno, sí y no. Porque la distancia más corta entre dos puntos también puede ser una curva.

                                    Al oír estas palabras, sus ojos se agrandaron y con gran sorpresa, exclamó:

                               -¡Ostras! Ahora es cuando compruebo que  creí que sabía algo y veo que no sé nada de nada. Pero bueno, Lito, explícame eso de que también puede ser una curva.

                                –Ya lo veremos cuando estudiemos la Trigonometría esférica  y la Teoría de curvas…

                               Estaba claro que aquello no tenía la obligación de saberlo, ni siquiera para aprobar la asignatura que le iba a explicar en los meses siguientes, pero lo peor estaba por venir: de una serie de preguntas que le hice a continuación deduje que desconocía conceptos tan  elementales del Cálculo algébrico como la definición de número mixto o fórmulas tan sencillas de la Geometría como el área del rombo.

                                   Aquello me parecía excesivo: un joven no tan joven, pues ya estaba próximo a la treintena, que había pasado  por la Formación Profesional de primero y segundo grado… Ante aquel panorama, yo me encontraba  perplejo porque, si bien sabía que  el nivel de Matemáticas en  aquella rama de la enseñanza siempre había sido inferior al del Bachillerato, lo que veía ahora con mis propios ojos, superaba todo lo imaginable. Es que por no saber, no sabía siquiera reducir fracciones a un común denominador. Se me presentaba una tarea bastante complicada. Entonces, un poco contrariado, le dije:

                                     -Pero Jonathan… ¿quién te aconsejó ingresar en la Escuela de Ingeniería sin haber hecho el Bachiller? Te va a costar mucho  trabajo el aprobar la asignatura y eso va a depender mucho de ti. Vas a tener que hacer un esfuerzo considerable. Debes de ser consciente de ello Es que no sabes nada de esta asignatura…

                             Al parecer se había dejado influenciar por un par de compañeros de la Formación Profesional pero, claro, aquellos siempre habían obtenido en Matemáticas unas notas de sobresaliente. Por el contrario, en aquellos años noventa, el profesor de aquella disciplina que le había tocado en suerte – es un decir- era un forofo del Real Madrid y cuando televisaban un partido europeo de este equipo suspendía la clase.

                             -¡Manda narices!- exclamé al oír estas palabras- ¡Ver para creer!¡Vaya docente más indecente!…

                          Entonces pude darme cuenta perfectamente de por qué Jonathan había llegado a aquella edad con un nivel de conocimientos de Matemáticas tan bajo. Yo pienso que, a aquellas alturas, ya sabía perfectamente donde se había metido, que era un callejón tan oscuro que parecía casi sin salida. No me cabe ninguna duda que era consciente de que hacía tiempo habría necesitado ir a una academia en la que un profesor particular comenzara por explicarle las Matemáticas elementales, vale decir, las que se estudiaban en EGB . Pero, claro, en ese caso  tendría que compartir pupitre con chicos de 13 y 14 años y,  el verse en esa tesitura era algo tan imposible como la cuadratura del círculo. Su orgullo de mocetón de 28 años y 1.80 m. de estatura no le  permitía compartir conocimientos con unos mozalbetes  de compañeros. Por eso había llegado a donde había llegado.  Por otra parte sabía de la imposibilidad de encontrar un profesor que le explicara las Matemáticas de Ingeniería comprometiéndose previamente a darle lecciones de Primaria y tanto más de forma individual. Sospecho que su idea  era continuar en la Escuela algún año más esperando un milagro que nunca se iba a producir para terminar con el abandono de los estudios que era la única salida real. Sin embargo, todas esas barreras las tenía superadas al venir solo a clase conmigo. Bueno, entiéndase bien, menos el aprobado de la asignatura de «Fundamentos de Matemáticas», que yo no le garantizaba porque, además de mi interés, se iba a necesitar una dosis importante de esfuerzo por su parte. Desde el  mismo día que iniciamos las clases,le preparé un programa a seguir mientras  iba estudiando por su cuenta las otras asignaturas que  tenía pendientes. Le hablé de lo que llamo «la parábola de la escalera» que es una forma sencilla de explicar las características de las Matemáticas que en nada se parecen a las de otra disciplina. En su estructura lo que existe, en general, es una concatenación de resultados obtenidos a partir de determinados axiomas y utilizando un razonamiento lógico. «Supongamos-le advertía- que te encuentras al inicio de una larga y empinada escalera que constituye el temario de nuestra llamada «ciencia exacta». Esa posición y los primeros escalones corresponden a la enseñanza que recibiste en la escuela primaria. Pero para obtener y comprender nuevos capítulos de la asignatura – siguiendo con la escalera- para avanzar un nuevo peldaño, debes de manejar perfectamente lo aprendido en los anteriores y esto no tiene discusión posible. Porque, si intentas subir un nuevo escalón sin ese requerimiento, lo único que conseguirás será darte un buen trastazo e interrumpir la ascensión. Para reanudarla con éxito, necesitarás situarte de nuevo en el escalón anterior, estudiar todas sus características y comprobar su relación con los anteriores. Solamente de esa manera conseguirás llegar a lo más alto de la escalera.

             No le costó mucho esfuerzo el comprender el símil expuesto, que tenía mucho que ver con la línea a seguir y que le expuse a continuación, consistente en dejar expeditos los peldaños iniciales de aquella hipotética escalera. Así, el primer año lo emplearíamos, exclusivamente, en repasar el programa de los tres cursos de Bachillerato con la finalidad de reafirmar ideas y conceptos básicos. De esta manera fue como, sin pérdida de tiempo, nos iniciamos en la Teoría de monomios y polinomios de los que solo le «sonaba» el nombre. Tal parece como si se lo hubieran explicado un siglo atrás; luego,nos adentraríamos en el Cálculo de áreas de figuras planas para seguir en el segundo cuatrimestre con la Teoría de números complejos, la Trigonometría plana,  la Geometría analítica en E2, el Cálculo de derivadas y la integración de funciones sencillas.

Surgen los primeros problemas y no, precisamente, ligados a las Matemáticas

                                     Volviendo al primer día, le había dicho que tenía que hincar los codos si quería superar aquel difícil escollo que le daría acceso a obtener el título de Ingeniería Técnica. Se lo repetiría alguna vez más aquel año-  reconozco que soy muy pesado en este aspecto que ya heredé de mi padre- aunque evolucionaba bien en el aprendizaje.

                                      Pero, en  diciembre ya tuvimos el primer «encontronazo» que me cogió de sorpresa por inesperado: un día de mediados  de mes me viene con la noticia de que  a primeros de año tenía proyectado ir unos días a Londres para estudiar inglés aprovechando una beca minera que le habían concedido por parte de su padre que había trabajado en HUNOSA  durante su vida laboral. No es difícil imaginar la contrariedad  que esto me ocasionó. ¡Yo que me estaba esforzando al máximo, volcándome en la resolución de infinidad de ejercicios y me hacía esto!… Le hice ver que no se dejara dominar por la euforia. Aquellas Matemáticas elementales que  estaba asimilando sin grandes problemas, nada tenían que ver con las que tendría que enfrentarse  después. “Ya no eres un niño y recuerda esto que te voy a decir. En la vida siempre se nos presenta una oportunidad para progresar, para mejorar en nuestra situación personal y hay que saber aprovecharla. Un día de nuestra existencia pasa, sin que casi nos demos cuenta, un último tren, y si no lo cogemos estamos perdidos. Ya nunca seremos nada en la vida o seremos bastante menos de lo que podíamos haber sido. Ahora Jonathan- le seguí diciendo- tienes la oportunidad de superar esta asignatura y obtener el título correspondiente que te permitirá pronto obtener un puesto en el mundo de la empresa. No vas mal encaminado, no te tuerzas, aprovecha bien el tiempo y te desaconsejo ese viaje pues aún te queda mucho por aprender.

                                          Pues no hubo forma de disuadirle para que cancelara el viaje. Que no quería perder la beca y que total eran unos pocos días y pronto estaría de vuelta pegado a la asignatura. En resumen, que se marchó dos semanas de «vacaciones» a la ciudad del Támesis cuando alboreaba el año 2004.

                                          En el mes de setiembre iniciamos el segundo año de clases particulares y desde los primeros días de octubre- comienzo del curso oficial en Mieres del Camino- seguimos el ritmo de la Escuela Técnica: se trataba del Cálculo Infinitesimal” del que se examinaría a primeros de febrero del año siguiente. Algo que le advertía con mucha insistencia es que asistiera desde el primer día del curso a la clase oficial en el Campus de Mieres. Esto era esencial para poder seguir el ritmo del curso y saber de todas incidencias que allí se producían. Se lo pedí encarecidamente porque  él era partidario de no acudir y esto era un error imperdonable. Mis clases particulares eran fundamentales pero la asistencia a clase en Mieres del Camino igualmente importante. No empezó mal su encuentro con la asignatura de verdad, la asignatura que fue el motivo de hablar su madre conmigo para ayudarlo a superarla. Asignatura, en definitiva, que más suspensos generaba entre el alumnado pues por su dificultad era clave para concluir la carrera, No empezó mal, repito, pero exigía un esfuerzo continuado y, a veces, flaqueaba. La Trigonometría esférica nada tenía que ver con la plana. No obstante, en ocasiones lo veía centrado y todo iba a depender del esfuerzo final. Para ello tenía un tiempo precioso para asentar conocimientos y repasar la materia  ya explicada. Me estoy refiriendo a las  inminentes vacaciones de Navidad en las que yo tenía plena confianza pues iba a tener un tiempo extra para estudiar, repasar y consolidar las enseñanzas que le había trasmitido desde el comienzo del curso. «Para ello- le recalcaba- necesitas hacer un esfuerzo que en el futuro verás recompensado y no estás para permitirte el lujo de perder ni un solo día pues  a principios de  febrero tienes el examen cuatrimestral de Cálculo, que es tu primera batalla con la asignatura». Le hacía esta advertencia para quitarle de la cabeza cualquier aventura que tuviese preparada para ese tiempo de descanso escolar, como había ocurrido el año anterior.

                                    El desenlace de todo esto  fue que en febrero de 2005 suspendió el examen de Cálculo Infinitesimal. Por primera vez pudo comprobar por sí mismo que la asignatura era cosa seria. No bastaba con saber algo para superarla; al contrario, había que saber mucho para tener garantías de obtener un aprobado.

                                 El segundo cuatrimestre tocaba Álgebra Lineal y al presentarse en mayo tampoco tuvo éxito en la convocatoria; sin embargo, en junio, una ligera esperanza: aprobó el examen de Álgebra, aunque, luego, en el examen  de setiembre, al suspender de nuevo Cálculo esto significaba que en el curso siguiente  tenía que empezar a estudiar, de nuevo, la asignatura completa.

                                            En realidad no estaba para perder el tiempo, pero él se tomaba la vida con cierta tranquilidad. Se notaba que en su casa nunca le habían apretado las tuercas. Digo esto porque, durante el verano, prescindió de las clases y como era un gran aficionado a la montaña, hizo varias travesías por los Picos de Europa, incluso una por los Alpes. En último caso, eso no importaba mucho. Al fin y a la postre,  el caso es que regresara  con las fuerzas necesarias a fin de afrontar la asignatura de «Fundamentos» con las suficientes garantías. E iba a necesitar importantes dosis de energía para enfrentarse al reto que tenía por delante.

                                   En setiembre de 2005 iniciaba el tercer año de clases particulares conmigo. En este tiempo le quedaba, prácticamente, la asignatura de “Fundamentos” pues las restantes pendientes que eran de “estudiar” como se dice en el argot estudiantil,  las iba aprobando por su cuenta.

                                       Ya, desde las primeras semanas, le observé con una actitud diferente a la de cursos anteriores. Es cierto que su nivel de conocimientos de la asignatura también era distinto. Se veía más cerca del final y eso le daba ánimos. Una prueba de todo esto es que ¡ya me hacía preguntas sobre determinados problemas o me planteaba dudas sobre distintos aspectos de la parte teórica! Esto era muy positivo y yo me sentía satisfecho de la labor realizada. Ahora estaba estudiando con más responsabilidad y aunque le parecía que había adquirido nuevos conocimientos y dominaba algún tipo de problemas, aún le quedaba mucho que estudiar para tener probabilidades de superar el examen de febrero. Le advertía que no tenía que bajar la guardia porque la lucha  que tenía ante sí era muy dura. Enfrente, tenía un rival «duro de pelar» y no tenía que desperdiciar nada de su tiempo. De vez en cuando, un  día determinado, hacía un alto en el camino y comenzaba a hacerle preguntas de un capítulo explicado semanas antes, Utilizaba esta táctica para no olvidar conceptos adquiridos y para estimularle, al mismo tiempo. Recuerdo que una tarde, habiendo concluido la explicación de las distintas ecuaciones diferenciales que nos llevó unas dos semanas, volví atrás y le hice la siguiente pregunta:

                                      -Vamos a ver Jonathan ¿Qué es una ecuación diferencial?

                              -¡Bah! ¿A qué viene esto ahora Lito?- respondió con cierto aire de extrañeza al principio, para seguir enumerando a continuación- Sí, hombre, la ecuación de Bernouilli, la ecuación de Lagrange, la ecuación diferencial de Clairaut …

                                        -Sí claro, y la de Riccati, y la de Legendre- le repliqué yo con cierto retintín- Por favor Jonathan ¡no me pongas de mal humor hombre!. No te quieras quedar conmigo que no te vale. Te estoy preguntando que es una ecuación diferencial, no  que me digas los tipos de ecuaciones diferenciales que existen ¡Leches!

                                        – Pero bueno, Lito, eso no me lo van a preguntar…

                                       – Hay que conocer también las definiciones. Te lo expliqué bien el primer día que iniciamos las ecuaciones diferenciales. Siempre lo hago. Es necesario saber lo que estamos manejando. O sea … ¡estamos con ecuaciones diferenciales y no sabes lo que son!…

                                          Reconozco que yo ya estaba algo enfadado. Es que por algunos momentos lo consideraba como si fuera mi hijo. Sin darme cuenta, yo estaba rememorando las mismas escenas que mi padre había protagonizado conmigo cuando yo era un adolescente.                                  

                                         -Mira Jonathan, el desconocer eso u otro concepto cualquiera es como aquel que tiene un artefacto en la mano y no sabe lo que es. Puede ser una bomba de relojería que le puede estallar en la cara…Con esto te quiero decir que de igual modo te puede perjudicar el ignorar el significado de una ecuación de este tipo. Supón que el profesor te está corrigiendo un examen de Cálculo y por más vueltas que le da no puede calificarte más que con un 4,8. Y eso es un suspenso. Pero si en el examen tienes que integrar una ecuación diferencial y , a pie de página, le refieres su definición o, si tuviste de utilizar una curva para resolver un problema y haces una llamada describiendo la definición topológica de curva, por poner solo dos ejemplos, posiblemente esas anotaciones marginales u otras análogas, te proporcionen las décimas que te faltaban para adquirir el «suficiente» en la calificación definitiva. En otros términos, te defendiste como gato panza arriba que, aparte de hacer el examen regular, le demostraste al «examinador» que sabías más cosas de Matemáticas, su corazón se ablandó, te subió al cinco y quedó con la conciencia tranquila. El otro caso es que estando como antes: rayando el aprobado sin alcanzarlo y, además, sin reflejar esas anotaciones «oportunistas»,a pie de página, de definiciones de entes matemáticos (función, curva, recta, plano, integral…) que casi siempre forman parte del examen….Entonces, al no disponer de esa tabla de salvación que te llevaría a la «cota» del cinco, la catástrofe: te suspenderá con todo merecimiento. Volvemos a la metáfora: en ese caso es como el artefacto que te explota en las manos porque no sabías lo que era  y no pudiste gestionarlo adecuadamente. No sé si me has entendido lo que te quise decir…

                                      Jonathan, debía de estar pensando en varias cosas a la vez porque quedó mudo al  oír estas palabras. De repente, saliendo de su abstracción,  me preguntó  con una curiosidad que saltaba a la vista:

                                     – Tendrás razón ¡claro!…. pero ¡Dime de una vez que es una ecuación diferencial!

                                    – ¡Ay Jonathan! ¡Que despistadillo andas! Una ecuación diferencial, te lo dije un montón de veces en su momento: ¡es aquella cuyas incógnitas son derivadas!

                                           – ¡Ostras! ¡Ye verdá!- exclamó abriendo mucho los ojos.

                                           -!Claro que «ye verdá» Jonathan! ¡Claro que «ye verdá»!

                                        Mi contrariedad era evidente. Toda esta «filosofía» que empleaba con él frecuentemente, pienso que la estaba asimilando bien y, prueba de ello, es que,  a últimos de enero, en la correspondiente prueba del primer cuatrimestre, superó el Cálculo Infinitesimal. 

                                         Las clases se iban desarrollando con normalidad y ahora se le veía ilusionado y comprometido, día a día, con la resolución de todos los ejercicios propuestos en el Campus de Mieres a los que yo añadía otros variados de mi cosecha personal. Manejaba el cálculo algébrico con soltura. Desde un principio, le había imbuido que el secreto fundamental para dominarlo, se reducía  a  saber “factorizar  y simplificar”, algo tan sencillo que le había enseñado el primer año y que ahora era necesario utilizarlo a diario. Porque para llegar a resolver un ejercicio cuyo desarrollo podía alcanzar la extensión de un par de folios, era necesario ir simplificando la expresión. Pero para ello también era preciso conocer una serie de propiedades que se reducían a determinadas fórmulas. Esto nos permitía, si estábamos manejando fracciones, hacer simplificaciones importantes. Al final, los planteamientos podían ser muy variados pero las soluciones solían ser extremadamente sencillas lo que  le permitía al profesor, con una sola ojeada, saber si el alumno había resuelto bien el problema, pues se trataba de expresiones tan escuetas las más de las veces, como  l/2  siendo “l” la arista de un cubo, o pi/4 siendo «pi» la razón entre la longitud de una circunferencia y su diámetro, o ar3 siendo «a» la apotema de una circunferencia de radio «r». Eso, ahora, Jonatha, lo manejaba a la perfección.

                                   Cuando inició el segundo cuatrimestre (febrero de 2006) volvimos a encontrarnos con la Geometría Analítica y durante una semana comenzamos el estudio de la «Teoría de curvas» en E2 y E3 resolviendo por medios de sus ecuaciones  toda clase de supuestos que pueden surgir entre ellas (paralelismo, perpendicularidad, etc). Ya que estábamos manejando rectas a diario, recuerdo haberle dicho que “Toda recta es curva” y «Solamente algunas curvas son rectas» porque las ecuaciones  paramétricas de ambas eran similares con algunas pequeñas diferencias. “Ser recta” era más exigente que  “ser curva”porque una recta es una curva con determinadas condiciones. Expresado en otros términos, el concepto de recta era más rico en contenido que el de curva ya que a una curva es necesario «imponerle» unas restricciones para convertirla en una recta, que es el caso de obligarla  a que su pendiente en cada punto sea constante. Un día de aquellos, le manifesté, en términos coloquiales, que «Una recta es una curva obediente: se le ordena que mantenga la misma dirección en cada punto y lo cumple». Le hizo mucha gracia mi apreciación porque la comprendió al instante. Si a él le hizo gracia, se puede suponer mi satisfacción al verlo tan comprometido en la materia. Estas “divagaciones” las realizaba alguna vez para comprobar su predisposición a escucharlas. Al entrar en estos comentarios lo veía implicado. Se interesaba en lo que le decía, aunque fueran detalles que sobrepasaban al texto oficial como en este caso. Pero lo hacía yo para desconectar por unos instantes con la rutina, sin desconectar del todo. Era la fórmula que había utilizado tiempo atrás en los largos años que , de forma continuada, me había dedicado a la enseñanza de la asignatura pero, mayoritariamente, con los estudiantes de Bachillerato.

Las clases iban viento en popa hasta que un día me dijo que tenía que asistir a una boda en Río de Janeiro

                                       Transcurrieron aquellos meses del invierno sin ninguna incidencia digna de relatar. Todo iba sobre ruedas, pero, justamente, con la entrada de la primavera, la vida me iba a deparar otra sorpresa que no era, desgraciadamente, por causa de la Meteorología, aunque este también se produjo: el invierno había transcurrido de la forma más benévola. casi como si estuviéramos viviendo en el Caribe y al comenzar la nueva estación, una semana polar cubrió de blanco toda la Cuenca Minera. La sorpresa fue mayúscula por inesperada pero, repito, no se debió a la gran nevada de aquellos días. A esas alturas, Jonathan totalmente concienciado en su tarea y veía en el horizonte el final de aquella galopada que había iniciado hacía ya más de dos años Por eso no le creía capaz de hacer ninguna otra niñería. Pues sí, estaba totalmente equivocado en mis apreciaciones y tuve que admitirlo muy a pesar mío. Finalizaba el mes de marzo y un día me llegó  con otra «canción» de las suyas: La verdad es que la partitura no me gustó lo más mínimo. Resulta que un hermano de su novia contraía matrimonio en Río de Janeiro y su suegro le había invitado a la boda teniendo previsto desplazarse todos ellos desde la villa de Teodoro Cuesta. Que no me preocupara,  pues eran unos pocos días, durante las vacaciones de Semana Santa y el regreso sería inmediato.

                                   Bueno, se puede suponer que resoplaba de ira al escuchar aquella «festivas» palabras.  Le advertí, como ya hice en otras ocasiones, que tenía ante sí el último  tren, que no lo dejara pasar- y no era precisamente el que iba coger hasta Oviedo para desplazarse luego por carretera hasta el aeropuerto de Ranón. Me puse muy serio y  recuerdo que le dije con aquella  filípica que le largué, que no pretendía demostrarle que estaba siendo su “salvador” porque eso suena a petulancia y yo, sinceramente, petulante nunca lo he sido. “Pero es cierto- concluí- que conmigo tienes esa última oportunidad  de superar la asignatura principal de la carrera y la estás desaprovechando. Quiero que sepas, que si de mí dependiera no harías ese viaje. Al menos, no te lo aconsejo. Tienes a finales de mayo una ocasión única para aprobar el Álgebra”.

                                           Aducía razones sentimentales y que no quería contradecir a su suegro. Por lo visto prefería contradecirme a mí que estaba haciendo lo imposible porque saliera con éxito de aquella lucha comenzada  hacía más de dos años. Yo no era capaz de  creer que no se diera cuenta de su delicada situación y traté por todos los medios  de evitar su viaje trasatlántico:

                                         -Pero ¡como te vas a marchar al Brasil ahora que estás comenzando a dominar la asignatura! Con ese viaje pierdes el ritmo y a mí me estás haciendo perder la paciencia contigo. O sea que yo aquí esforzándome  al máximo de mis posibilidades y tú, a las primeras de cambio, de vacaciones. Eso no es en lo que habíamos acordado al principio.

                                             El desenlace inmediato era incierto. Jonathan está confiado por su “éxito” del año anterior; pero yo no pensaba  igual. Quizás fuera porque mi experiencia era mayor y sé que no se puede jugar con fuego. Por su parte, no hubo vuelta atrás  y, con la comitiva  familiar, puso rumbo a la ciudad carioca.

                                          A mí, mi padre me había educado en la seriedad y con esa idea de cumplir lo que se promete.  Esta última espantada, para mí era como la gota de agua que colma el vaso. Entonces, le planteé la situación a mi madre. No estaba dispuesto a aguantar más. Excepto, cuando salía a pasear con su hermana Mercedes o en las horas de las comidas, solían estar en la salita charlando y, a veces, venía alguna amiga a verlas. Un día de aquellos, llamé a mi madre a la cocina y  le dije:

                                              -Cuando vuelva Jonathan de América, por aquí puede seguir viniendo cuando quiera pero las clases de Matemáticas se terminaron.

                                       Ví que a mi  madre se le escapaban las lágrimas. Era para ella una tragedia porque yo la conocía  bien. Aparte tenía que decírselo a Mercedes. Ella que era tan cumplidora… Era como una traición que yo le hacía. Empezó a llorar desconsoladamente. Al oírla Mercedes, se asustó, llegó hasta nosotros  y preguntó que ocurría. Yo la tranquilicé aduciendo que mi madre tenía un problema en un ojo y tenía que echarle agua fría para limpiarlo. La llevé al baño rápidamente para que no confesara. Allí le dije que volvía a admitir a Jonathan, que olvidara lo que le había dicho. Me asusté porque conocía muy bien a mi madre, aunque no suponía que lo iba a tomar tan mal. Ella estuvo siempre muy unida a sus hermanas que eran seis (en ese momento solo quedaban tres). Para ella, mi decisión era como una traición ante Mercedes. Rápidamente, la convencí de que me volvía atrás, porque pensaba que podía enfermar o darle un síncope. Además, me daba cuenta de lo esclava que había sido en la vida. Su mala suerte. En primer lugar por casarse con un sastre: cuarenta años cosiendo y, luego, 15 años más, atendiendo a mi padre en su enfermedad. Quizás por ello o a consecuencia de ello, su figura fue la de una mujer delgada, para mí de constitución frágil a la que la vida nunca le regaló nada. Entonces lo olvidé y nadie se enteró de aquel incidente interno.  

                              Después de su regreso del Brasil, Jonathan, evidentemente, tenía que recordar cual era mi estado de ánimo por aquellos desencuentros que teníamos En aquel cuatrimestre le seguí resolviendo los más variados problemas como había hecho hasta la fecha. Pero es cierto que aquel entusiasmo, aquel énfasis que ponía yo siempre al tratar aquellas materias, lo disimulé en aquella temporada. En mi interior, no estaba el horno para dulces. También es cierto que yo le seguí explicando la asignatura correctamente y,  a fin de cuentas, esto era lo más efectivo. Es decir, que mi rendimiento como docente no disminuyó. Pero se desarrolló sin confianzas, como guardando un poco la distancia, porque yo me sentía un poco «herido» a causa de su conducta. Por su parte, sorpresivamente, en los meses siguiente, apretó los codos  porque le estaba viendo las orejas al lobo. Pero no se produjo el milagro porque en los exámenes de Matemáticas raramente se producen milagros: el resultado fue negativo al no poder superar el Álgebra, curiosamente, la parte de la asignatura que había aprobado  el año anterior. 

 

En la convocatoria de setiembre de 2006, logró obtener la titulación de Ingeniero Técnico

                                   Los reveses que estaba sufriendo le hicieron reflexionar. Se daba cuenta que si no hacía un esfuerzo sostenido no llegaría a la meta. También se acordaba de los «discursos»  que tiempo atrás le había soltado: el tren, la postrera oportunidad…

                                   Esta dedicación de los últimos meses,incluido el verano, este sacrificio que se impuso de forma inesperada, tendría su premio pues, en la convocatoria de setiembre de 2006 lograría obtener la titulación deseada de Ingeniero Técnico. La historia reciente ha sido más sencilla: después de graduarse obtuvo un empleo en el Ayuntamiento de Arrecife (Lanzarote) y al año siguiente fue contratado por la empresa española ACCIONA para trabajar en Centroamérica. A partir de entonces, enlazó una serie de  años de verdadero trabajo, visitando casi todos los países del continente americano en compañía de altos ejecutivos de la misma que le aportaron toda su experiencia.  Fruto de esta intensa actividad, en los últimos tiempos, accedió a la  Dirección Comercial  de la entidad con base en México D.F. cargo que ostentó hasta la llegada de la pandemia del coronavirus en que regresó a España por problemas de seguridad.

Jonathan y pte dominicano
Noviembre de 2018. Jonathan con el presidente de la República Dominicana Danilo Medina.

 

                      









 Mirando hacia atrás con cierta nostalgia, puedo decir que  estoy orgulloso de ti,  Jonathan, porque alcanzaste la meta propuesta. Además, manifestarte mi gratitud  por haberme dado la oportunidad de reencontrarme  con una asignatura que me dio horas muy felices en esta vida: antes de ti, durante muchos años acompañado de cientos de alumnos, la mayoría de Bachillerato y, finalmente, y, de una forma excepcional, contigo. De vez en cuando y en muchas ocasiones, a lo largo de estos años, he cogido papel y bolígrafo y con una integral  de una función algébrica o trigonométrica delante, con la derivada de una función  o con las cinco raíces quintas de uno, pongamos por ejemplo. me he planteado el reto de resolverlas sin tener que revisar mis viejos apuntes. Y a fuer de ser sincero que disfrutaba como en los mejores tiempos. Con ello estaba poniendo a prueba el estado de mi memoria.  Pero, claro, no es lo mismo. Estoy seguro que ya, nunca más,  me introduciré  a fondo en ese mundo de las Matemáticas, tan querido para mí. Me  suenan estas palabras como algo terrible, Jonathan. Mas soy consciente  de que en esta vida todo tiene su final.