EN BUSCA DEL TURÓN PERDIDO

Mi encuentro postrero con la docencia

Hacia la publicación del Libro V

617001 Libro Lito TURON PERDIDO:617001 Libro TURON PERDIDO

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CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL LIBRO

Dimensiones: 17 por  24 cm

Nº de páginas: 538

Nº de fotografías: 376

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Índice del libro «En busca del Turón perdido»

Mi encuentro postrero con la docencia o «El hombre que no perdió el último tren»

                                                    Un día del verano de 2003, coincidí en el campo de la iglesia de San Martín de Turón con la mujer de un primo hermano mío. Asistíamos al funeral de un vecino y al preguntarle por su hijo, que hacía algún tiempo que no veía,  me dijo que estaba estudiando en Mieres del Camino pero que se encontraba  bastante desilusionado. Expresado en otros términos, que  le estaba resultando muy difícil enderezar el rumbo para poder concluir la carrera técnica que había iniciado. Yo creía recordar,  tiempo atrás, de boca de su padre, que al interesarme por Jonathan, que así se llamaba el joven, me había manifestado que estaba comprometido con los estudios de Formación Profesional. “Sí, pero ya los terminó-puntualizó su madre-y ahora lleva unos años matriculado en la Escuela de Ingenieros Técnicos pero a las clases de Matemáticas de primer curso no asiste porque no entiende nada.

                                          Comprendía perfectamente lo que me decía. Me parecía normal todo lo que me contaba porque esa música me sonaba, aunque era una música lejana. Ahora, entre mis preocupaciones más inmediatas estaba el comenzar, más adelante, la elaboración de un nuevo libro, que sería mi quinto libro sobre el Valle.Transcurrieron unos segundos en silencio y como yo no me hiciera eco de sus palabras, me dijo:

                                      -Lito ¡Si tu pudieras darle lecciones particulares !… 

                                    Me cogió de sorpresa aquella proposición, al tiempo que me sembró la mente de dudas. De repente, me sentí enredado en un nuevo problema porque me estaba despertando algo que tenía dormido y era la pasión por la enseñanza. Ya hacía años que pensaba que aquella era una página de mi vida que había pasado sin posibilidad de vuelta atrás. Sí, aquellas palabras me estaban creando un problema y de los gordos, pues, aparte de mi trabajo en el Ayuntamiento y el proyecto de un nuevo libro sobre Turón, me surgía  la posibilidad de sumergirme, de nuevo, en un campo que me deleitaba. No le prometí nada porque no veía claro de donde iba a sacar el tiempo. Hacía escasas fechas que había publicado el libro “Turón. El fin de una época” y, lo único que tenía a mi favor era que, al menos, durante los próximos meses, tenía el panorama despejado. Le dije que pasara por la casa materna y que me trajera el programa. Necesitaba verlo para hacerme una composición de lugar. Durante mis largos años de dedicación a la enseñanza de las Matemáticas, había impartido clases a alumnos de Bachillerato, COU y Magisterio y, esporádicamente, a aquellos que estudiaban en la Universidad de Oviedo (Curso Selectivo de Ciencias y de Técnicas)  o hacían el curso de Preparatorio para ingresar en la Escuela de capataces de Minas. Ahora, era consciente de que los planes de estudio habían cambiado en varias ocasiones, pues lo que antes eran capataces luego se llamaron peritos y, últimamente, ingenieros técnicos. Al mismo tiempo, las asignaturas de Matemáticas para concluir la carrera habían crecido en exigencia.

                                      A los pocos días vino Jonathan por la casa de mi madre en la que  vivía desde meses atrás Mercedes, una hermana suya, también viuda, que le hacía compañía. Mercedes era, precisamente, abuela de Jonathan y estaba encantada con que su nieto pudiera venir allí  casi todos los dias.

                                   Al inspeccionar el programa de la asignatura “Fundamentos de Matemáticas”- este era su nombre oficial- observé que se componía de dos partes: Cálculo Infinitesimal y Álgebra Lineal, ambas cuatrimestrales. La primera comprendía, entre otros temas, Trigonometría plana  y esférica, Teoría de números complejos, Cálculo de límites, Series, Cálculo integral y Ecuaciones diferenciales; en cuanto a la segunda estaba constituida por diversos capítulos como  el Cálculo de matrices y determinantes, Discusión de sistemas lineales, Espacios vectoriales o la Geometría analítica del plano  y del espacio.

                                   En general, me gustó volver a encontrarme de nuevo, después de unos cuántos años con estas palabras, con estas frases, con estos términos. No obstante, había algunos temas que tenía algo olvidados por el  tiempo transcurrido sin hacer uso de ello, como los Espacios vectoriales o la Trigonometría esférica; sin embargo, la mayoría de los restantes capítulos los tenía tan frescos que me parecía haberlos explicado por última vez la semana anterior. Es cierto  que tenía mucho material acumulado de mi paso por la Escuela de Minas y sabía cómo ponerme al día en poco tiempo, pero dudaba de comprometerme con mi sobrino pues me obligaba a desplazarme a Turón todos los días y yo tenía en mente seguir con la investigación de la historia del Valle.

                                   Aquel día también me trajo algunas hojas de exámenes propuestos en cursos anteriores y, una vez que observé el material, tanto teórico como práctico, le propuse esperar hasta setiembre para ver si era posible organizar la nueva tarea dentro del plan personal que yo tenía desplegado desde tiempo atrás y al que no quería renunciar. La verdad es que la enseñanza es como un veneno que siempre llevé dentro. Esa idea de transmitir a los demás- poniendo toda la capacidad e ilusión posibles-una serie de conocimientos que a mí mismo me entusiasmaban, siempre fue un impulso que surgía en mi interior con una fuerza inusitada.

                                   Pasadas las fiestas del Cristo, ya tenía la decisión tomada. Como había prometido, llamé por teléfono a su madre y le hice ver que esa iba a ser la última vez que me dedicara a la enseñanza. Quería, de esta manera, luchar contra el propio destino. Como si nunca hubiera tenido aquel desgraciado accidente que me hizo tanto daño entre los años 1991 y 1992. Quería borrarlo de mi mente. Como si aquel terrible percance nunca hubiera existido y estas clases llenaran el horrible vacío que se me produjo después. Aún recuerdo textualmente lo que le dije: ”Mira, durante estos años pasados, fueron muchos los padres que se dirigieron a mí para que reanudara las lecciones de Matemáticas de antaño. A todos les dije lo mismo, que mi ciclo en la docencia había terminado. Pero, ahora, con Jonathan voy a hacer una excepción. Voy a ayudarle por dos razones, porque siento placer en esa dedicación y porque forma parte de la familia”.

                                   El primer día que vino a clase establecimos las pautas a seguir en lo sucesivo y uno de los primeros acuerdos que tomamos fue el concentrar el tiempo semanal   en tres días (lunes, miércoles y viernes) con la duración de la clase fijada en una hora y tres cuartos. Esto nos favorecía a ambos por igual pues evitaba nuestro desplazamiento  diario a Turón; Jonathan  desde Mieres del Camino  y yo desde Oviedo, pues aún seguía con mis obligaciones en el Ayuntamiento.

                                         Para comenzar las lecciones, era necesario hacerle un breve examen con la finalidad de conocer su nivel de conocimientos y saber  sobre que temas era necesario incidir con más firmeza. Le aseguré que iba a tratarlo como si fuera hijo mío. Esto quería decir que si yo tenía que echarle una bronca un día determinado porque las cosas no iban como le hubiera señalado, que tendría que aguantar el chaparrón porque yo tendría razón con toda seguridad. Hay que tener en cuenta que   Jonathan ya era un hombre hecho y derecho con 1.80 metros de estatura  y 28 años cumplidos. Me comentó que tenía pendientes media docena de asignaturas para concluir la carrera, entre las que se encontraba, lógicamente, “Fundamentos de Matemáticas” que, por otra parte, era la llave para obtener el título. De las demás me dijo que era cosa suya el ir aprobándolas poco a poco con su propio esfuerzo.

                                   Volviendo a la posible arenga cuando no siguiera mis normas, le advertí que si trataba de “sublevarse” contra ellas, desde ese momento,  suspenderíamos las lecciones definitivamente. Yo me iba a esforzar por extraer lo mejor de mí mismo pero él tenía que cumplir con lo que le señalaba, que ya era “mayorcito”.

                                   Suponía yo, y con muy buen criterio, que su nivel general de Matemáticas era bajo por lo que  nos teníamos que olvidar momentáneamente del programa de “Fundamentos…”  Sabido es que el conocimiento de las Matemáticas se puede asimilar a una persona que sube (o baja) una escalera: si no tiene seguridad en el escalón en el que se encuentra, le es imposible acceder al escalón siguiente. Comencé a examinarle y vi que no me concretaba nada. Entonces, para ahorrar tiempo, en vez de hacerle preguntas, decidí que él mismo, libremente, me diera alguna definición concreta, tanto de Aritmética como de Geometría: 

                                  -¡Que sé yo!… ¡La línea recta!- respondió con rapidez.

                                   No dudó. Lo  vi muy resolutivo.

                                 – A ver- le dije.

                                 – Pues  es la distancia más corta entre dos puntos.

                                 – Bueno, sí y no. Porque la distancia más corta entre dos puntos también puede ser una curva.

                              Al oír estas palabras, sus ojos se agrandaron y con gran sorpresa, exclamó:

                                   -¡Ostras! Ahora es cuando compruebo que  creí que sabía algo y veo que no sé nada de nada. Pero bueno, Lito, explícame eso de que también puede ser una curva.

                                    – Ya lo verás cuando estudiemos la Trigonometría esférica  porque a la Física einsteiniana no vamos a llegar…

                             Estaba claro que aquello no tenía la obligación de saberlo, ni siquiera para aprobar la asignatura que le iba a explicar en los meses siguientes, pero lo peor estaba por venir: de una serie de preguntas que le hice a continuación deduje que desconocía conceptos tan  elementales del Cálculo algébrico como la definición del número mixto o fórmulas tan sencillas de la Geometría como el área del rombo.

                                   Aquello me parecía excesivo: un mocetón próximo a la treintena que había pasado  por la Formación Profesional de primero  y segundo grado… Ante aquel panorama, yo me encontraba  perplejo porque, si bien sabía que  el nivel de Matemáticas en  aquella rama siempre había sido inferior al del Bachillerato, lo que veía ahora con mis propios ojos, superaba todo lo imaginable. Es que por no saber, no sabía siquiera reducir fracciones a un común denominador. Se me presentaba una tarea bastante complicada. Entonces, un poco contrariado, le dije:

                                               -Pero, Jonathan ¿Quién te aconsejó ingresar en la Escue-la de Ingeniería sin haber hecho el Bachiller? Te va a costar mucho  trabajo el aprobar la asignatura y eso va a depender mucho de ti. Vas a tener que hacer un esfuerzo considerable. Debes de ser consciente de ello Es que no sabes nada de esta asignatura…

                             Al parecer se había dejado influenciar por un par de compañeros de la Formación Profesional pero, claro, aquellos siempre habían obtenido en Matemáticas unas notas de sobresaliente. Por el contrario, en aquellos años noventa, el profesor de aquella disciplina que le había tocado en suerte – es un decir- era un forofo del Real Madrid y cuando televisaban un partido europeo de este equipo suspendía la clase.

                                   -¡Manda narices!- exclamé al oír estas palabras- ¡Ver para creer!¡Vaya  honestidad la de aquel docente!…

                                     También aquel  día pude darme cuenta perfectamente de por qué Jonathan había llegado a aquella edad con un nivel de conocimientos de Matemáticas tan bajo. Yo pienso que, a aquellas alturas, ya sabía perfectamente donde se había metido, que era un callejón sin salida. No me cabe ninguna duda que era consciente de que hacía tiempo habría necesitado ir a una academia en la que un profesor particular comenzara por explicarle las Matemáticas elementales, vale decir, las que se estudiaban en EGB . Pero, claro, en ese caso  tendría que compartir pupitre con chicos de 13 y 14 años y,  el verse en esa tesitura era algo tan imposible como la cuadratura del círculo. Su orgullo de mocetón de 28 años y 1.80 m. de estatura no le  permitía compartir conocimientos con unos mozalbetes  de compañeros. Por eso había llegado a donde había llegado.  Por otra parte sabía de la imposibilidad de encontrar un profesor que le explicara las Matemáticas de Ingeniería comprometiéndose previamente a darle lecciones de Primaria y tanto más de forma individual. Sospecho que su idea  era continuar en la Escuela algún año más esperando un milagro que nunca se iba a producir para terminar con el abandono de los estudios que era la única salida real. Sin embargo, todas esas barreras las tenía superadas al venir solo a clase conmigo. Efectivamente, estos inconvenientes ya pudo evitarlos, pues aquel  mismo día le preparé un programa a seguir mientras  iba estudiando por su cuenta las otras asignaturas que  tenía pendientes: el primer año lo tendríamos que dedicara a estudiar exclusivamente las Matemáticas de  los tres cursos de Bachillerato. Así fue como, sin pérdida de tiempo, nos iniciamos en la Teoría de monomios y polinomios y el Cálculo de áreas de figuras planas para seguir en el segundo cuatrimestre con la Teoría de números complejos, la Trigonometría plana,  la Geometría analítica del plano, el Cálculo de derivadas y la integración de funciones sencillas.

                                     Volviendo al primer día, le había dicho que tenía que hincar los codos si quería superar aquel difícil escollo que le daría acceso a obtener el título de Ingeniería Técnica. Se lo repetiría alguna vez más aquel año-  reconozco que soy un poco pesado en este aspecto que ya heredé de mi padre- aunque evolucionaba bien en el aprendizaje.

                                      Pero, en  diciembre ya tuvimos el primer desencuentro que me cogió de sorpresa por inesperado: un día de mediados  de mes me viene con la noticia de que  a primeros de año tenía proyectado ir unos días a Londres para estudiar inglés aprovechando una beca minera que le habían concedido. No es difícil imaginar la contrariedad  que esto me ocasionó. ¡Yo que me estaba esforzando al máximo, volcándome en la resolución de infinidad de ejercicios y me hacía esto!… Le hice ver que no se dejara dominar por la euforia. Aquellas Matemáticas elementales que  estaba asimilando sin grandes problemas, nada tenían que ver con las que tendría que enfrentarse  después. “Ya no eres un niño y recuerda esto que te voy a decir. En la vida siempre se nos presenta una oportunidad para progresar, para mejorar en nuestra situación personal y hay que saber aprovecharla. Un día de nuestra existencia pasa, sin que casi nos demos cuenta, un último tren, y si no lo cogemos estamos perdidos. Ya nunca seremos nada en la vida o seremos menos de lo que podíamos haber sido. Y ahora Jonathan- le seguí diciendo- tienes la oportunidad de superar esta asignatura y obtener el título correspondiente que te permitirá pronto un puesto en el mundo de la empresa. Ahora que vas encaminado, aprovecha bien el tiempo y te desaconsejo ese viaje pues aún te queda mucho por aprender.

                                          Pues no hubo forma de disuadirle para que cancelara el viaje. Que no quería perder la beca y que total eran unos pocos días y pronto estaría de vuelta pegado a la asignatura. En resumen, que se marchó dos semanas de «vacaciones» a la Gran Bretaña.

                                          En el mes de setiembre iniciamos el segundo año de clases particulares y desde los primeros días de octubre- comienzo del curso oficial en Mieres del Camino- seguimos el ritmo de la Escuela Técnica: se trataba del Cálculo Infinitesimal” del que se examinaría a primeros de febrero del año siguiente. Algo que le advertía con mucha insistencia es que asistiera desde el primer día del curso a la clase oficial en el Campus de Mieres. Esto era esencial para poder seguir el ritmo del curso y saber de todas incidencias que allí se producían. Se lo pedí encarecidamente porque  él era partidario de no acudir y esto era un error imperdonable. Mis clases particulares eran fundamentales pero la asistencia a clase en Mieres del Camino igual de fundamentales. No empezó mal su encuentro con la asignatura de verdad, la asignatura que fue el motivo para que yo le ayudara a superarla, asignatura que era clave para concluir la carrera, No empezó mal, repito, pero exigía un esfuerzo continuado y, a veces, flaqueaba, dada su dificultad. La Trigonometría esférica nada tenía que ver con la plana. No obstante, en ocasiones lo veía centrado y todo iba a depender del esfuerzo final. Para ello tenía un tiempo precioso para asentar conocimiento y repasar la materia  ya explicada. Me estoy refiriendo a las  inminentes vacaciones de Navidad en las que yo tenía plena confianza. «Para ello- le decía- necesitas hacer un esfuerzo que en el futuro verás recompensado y no estás para permitirte ese lujo de perder ni un solo día pues  a principios de  febrero tienes el examen cuatrimestral de Cálculo, que es tu primera batalla con la asignatura». Le hacía esta advertencia para quitarle de la cabeza cualquier aventura que tuviese preparada para ese tiempo de descanso escolar, como había ocurrido el año anterior.

                                    El desenlace de todo esto  fue que suspendió el examen de Cálculo Infinitesimal. Por primera vez pudo comprobar por sí mismo que la asignatura era cosa seria. No bastaba con saber algo para superarla; al contrario, había que saber mucho para tener garantías de obtener un aprobado.

                                 El segundo cuatrimestre tocaba Álgebra Lineal y al presentarse en mayo tampoco tuvo éxito en la convocatoria; sin embargo, en junio, una ligera esperanza: aprobó el examen de Álgebra, aunque, luego, en el examen  de setiembre, al suspender de nuevo Cálculo esto significaba que en el curso siguiente  tenía que empezar a estudiar, de nuevo, la asignatura completa.

                                            En realidad no estaba para perder el tiempo, pero él se tomaba la vida con cierta tranquilidad. Se nota que en su casa nunca le habían apretado las tuercas. Digo esto porque, durante el verano, prescindió de las clases y como era un gran aficionado a la montaña, hizo varias travesías por los Picos de Europa, incluso una por los Alpes. En último caso , eso no importaba mucho. Al fin y a la postre,  el caso es que regresara  con las fuerzas necesarias a fin de afrontar la asignatura de «Fundamentos» con las suficientes garantías.  E iba a necesitar importantes dosis de energía para enfrentarse al reto que tenía por delante.

                                   En setiembre de 2005 iniciaba el tercer año de clases particulares conmigo. En este tiempo le quedaba , prácticamente, la asignatura de “Fundamentos” pues las restantes pendientes que eran de “estudiar” como se dice en el argot estudiantil,  las iría aprobando por su cuenta.

                                       Ya, desde las primeras semanas, le observé con una actitud diferente a la de cursos anteriores. Es cierto que su nivel de conocimientos de la asignatura también era distinto. Se veía más cerca del final y eso le daba ánimos. Una prueba de todo esto es que ¡ya me hacía preguntas sobre determinados problemas o  me planteaba dudas sobre distintos aspectos de la parte teórica! Esto era muy positivo y yo me sentía satisfecho de la labor realizada. Ahora estaba estudiando con más responsabilidad y aunque le parecía que había adquirido nuevos conocimientos y dominaba algún tipo de problemas, aún le quedaba aún mucho que estudiar para tener probabilidades de superar el examen de febrero. Le advertía que no tenía que bajar la guardia porque la lucha  que tenía ante sí era muy dura. Ante sí tenía un rival difícil de que vencer y nada de su tiempo tenía que desperdiciar. De vez en cuando, un  día determinado, hacía un alto en el camino y comenzaba a hacerle preguntas de un capítulo explicado semanas antes,  Utilizaba esta táctica para no olvidar conceptos adquiridos y para estimularle, al mismo tiempo. Recuerdo que una tarde, habiendo concluido la explicación de las distintas ecuaciones diferenciales que nos llevó unas dos semanas, volví a atrás y le pregunté:

                                      -Vamos a ver Jonathan ¿Qué es una ecuación diferencial?

                                       -¡Bah! ¿A qué viene esto ahora?- respondió con cierto aire de extrañeza al principio, para seguir enumerando a continuación- Sí, hombre, la ecuación de Bernouilli, la ecuación de Lagrange, la ecuación diferencial lineal de primer orden…

                                        -Sí claro, y la de Clairaut, y la de Riccati, y la de Legendre- le repliqué con cierto rentintín- Por favor Jonathan, no me cabrees. No te quieras quedar conmigo que no te vale. Te estoy preguntando que es una ecuación diferencial, no  que me digas los tipos de ecuaciones diferenciales que hay.

                                        – Pero bueno, Lito, eso no me lo van a preguntar…

                                        – Hay que conocer también las definiciones. Te lo expliqué bien el primer día que iniciamos las ecuaciones diferenciales. Siempre lo hago. Es necesarios saber lo que estamos manejando. O sea que estamos con ecuaciones diferenciales y no sabes lo que son. Es como aquel que tiene un artefacto en la mano y no sabe lo que es. Puede ser una bomba de relojería que le estalla en la cara…Pues de igual modo te puede perjudicar el desconocer que significa una ecuación de este tipo. Supón que el profesor te está corrigiendo un examen de Cálculo y por más vueltas que le da no puede calificarte más que con un 4,8. Y eso es un suspenso. Pero si en el examen tienes que integrar una ecuación diferencial y , a pie de página, le refieres su definición o, si tuviste de utilizar una curva para resolver un problema y haces una llamada describiendo la definición topológica de curva, por poner solo dos ejemplos, posiblemente esas anotaciones marginales u otras análogas, te proporcionen las décimas que te faltaban para adquirir el «suficiente» en la calificación definitiva; en el ejemplo contrario y volviendo al caso de la ecuación, si la resolviste bien pero no supiste lo que era: la catástrofe. Es como el artefacto que te explotó en las manos porque no sabías lo que era  y no pudiste gestionarlo adecuadamente. No sé si me has entendido lo que te quise decir…

                                Jonathan, debía de estar pensando en varias cosas a la vez porque quedó mudo ante mis palabras. De repente, saliendo de su abstracción,  me preguntó  con una curiosidad que saltaba a la vista:

                                     – Tienes razón…. pero ¡Dime de una vez que es una ecuación diferencial!

                                        – ¡Ay Jonathan! ¡Que despistadillo andas! Una ecuación diferencial, te lo dije un montón de veces en su momento, ¡es aquella cuyas incógnitas son derivadas!

                                     – ¡Ostras! ¡Ye verdá!- exclamó abriendo mucho los ojos.

                                     -!Claro que «ye verdá» Jonathan! ¡Claro que «ye verdá»!- le respondí bastante enfadado.

                                          Toda esta «filosofía» que empleaba con él frecuentemente, pienso que la estaba asimilando bien y, prueba de ello, es que,  a últimos de enero, en la correspondiente prueba del primer cuatrimestre, superó el Cálculo Infinitesimal.

                                        Las clases se iban desarrollando con normalidad y ahora se le veía volcado, día a día, con la resolución de todos los ejercicios propuestos en el Campus de Mieres a los que yo añadía otros variados de mi cosecha personal. Manejaba el cálculo algebraico con soltura. Desde un principio, le había imbuido que el secreto fundamental para dominarlo, se reducía  a  saber “factorizar  y simplificar”, algo tan sencillo que le había enseñado el primer año y que ahora era necesario utilizarlo a diario. Porque para llegar a resolver un ejercicio cuyo desarrollo podía alcanzar la extensión de un folio, era necesario ir simplificando la expresión si queríamos obtener  la solución exacta que siempre era algo tan escueto como estos dos ejemplos: r/2  siendo “r” el radio de una circunferencia dada, o pi/4 siendo «pi» la razón entre la longitud de una circunferencia y su diámetro. Eso, ahora, lo cumplía a la perfección.

                                   Cuando comenzó el segundo cuatrimestre volvimos a encontrarnos con la Geometría Analítica y durante una semana abundante  utilizamos rectas y planos resolviendo por medios de sus ecuaciones  toda clase de supuestos que pueden surgir entre ellos (paralelismo, perpendicularidad, etc). Ya que estábamos manejando rectas a diario, recuerdo haberle dicho que “Toda recta es curva”, porque las ecuaciones  paramétricas de ambas eran similares con algunas pequeñas diferencias. “Ser recta” era más exigente que  “ser curva” o, expresado en otros términos, el concepto de recta era más rico en contenido que el concepto de curva: si, por ejemplo, a una curva le imponemos unas restricciones la convertimos en una recta, que es el caso de obligarla  a que su pendiente en cada punto sea constante. Un día de aquellos, le manifesté , en términos coloquiales, que una recta era como una curva «obediente»: se le ordenaba que mantuviera la dirección en cada punto y lo cumplía. Estas “divagaciones” las realizaba yo alguna vez para comprobar su predisposición a escucharlas. Al entrar en estos comentarios lo veía implicado. Se interesaba en lo que le decía, aunque fuera materia que sobrepasaba al texto oficial como en este caso. Pero lo hacía yo para desconectar por unos instantes sin desconectar del todo como había hecho en otros tiempos con los estudiantes de Bachillerato.

                                       Transcurrieron aquellos meses del invierno sin ninguna incidencia digna de mencionar: todo iba sobre ruedas, Pero, justamente, con la entrada de la primavera, la vida me iba a deparar otra sorpresa. Digo bien, sorpresa y mayúscula por inesperada. Porque, a esas alturas, con Jonathan totalmente concienciado en su tarea, viendo en el horizonte el final de aquella galopada que había iniciado hacía ya más de dos años, no le creía capaz de hacer ninguna otra niñería. Pues sí, cuando finalizaba el mes de marzo, me llegó  un día  con otra «canción» de las suyas: un hermano de su novia contraía matrimonio en Río de Janeiro y su suegro le había invitado a la boda teniendo previsto desplazarse todos ellos desde la villa de Teodoro Cuesta. Que no me preocupara,  pues eran unos pocos días, durante las vacaciones de Semana Santa y el regreso sería inmediato.

                                   El cabreo que cogí con aquella noticia fue monumental. Le advertí, como ya hice en otras ocasiones, que tenía ante sí el último  tren, que no lo dejara pasar- y no era precisamente el que iba coger hasta Oviedo para desplazarse luego por carretera hasta el aeropuerto de Ranón. Me puse muy serio y  recuerdo que le dije que con aquella  filípica que le eché, no pretendía demostrarle  que estaba siendo su “salvador” porque eso suena a petulancia y yo, sinceramente, petulante nunca lo he sido. “Pero es cierto- concluí- que conmigo tienes esa última oportunidad  de superar la asignatura principal de la carrera y la estás desaprovechando. Quiero que sepas, que si de mí dependiera no harías ese viaje. Al menos, no te lo aconsejo. Tienes a finales de mayo una ocasión única para aprobar el Álgebra”.

                                           Aducía razones sentimentales y que no quería contradecir a su suegro. Por lo visto prefería contradecirme a mí que estaba haciendo lo imposible porque saliera con éxito de aquella lucha comenzada  hacía más de dos años .  Yo no era capaz de  creer que no se diera cuenta de su delicada situación y traté por todos los medios  de evitar su viaje trasatlántico:

                                         -Pero como te vas a marchar al Brasil ahora que estás comenzando a dominar la asignatura. Con ese viaje pierdes el ritmo y a mí me estás haciendo perder la paciencia contigo. O sea que yo aquí esforzándome  al máximo de mis posibilidades y tú, a las primeras de cambio, de vacaciones. Eso no es en lo que habíamos acordado al principio.

                                                 Pues, por su parte, no hubo vuelta atrás  y, con la comitiva  familiar, puso rumbo a la ciudad carioca.

                                          El desenlace inmediato era incierto. Jonathan está confiado por su “éxito” del año anterior; pero yo no pensaba  igual. Quizás fuera porque mi experiencia era mayor y sé que no se puede jugar con fuego. Me consta, sin embargo  que, en aquel cuatrimestre, después de su regreso del Brasil, apretó los codos  porque le estaba viendo las orejas al lobo. Pero no se produjo el milagro porque en los exámenes de Matemáticas raramente se producen los milagros: el resultado fue negativo al no poder  superar el Álgebra, curiosamente, la asignatura que había aprobado en el año precedente. 

                                   Los reveses que estaba sufriendo le hicieron reflexionar. Se daba cuenta que si no hacía un esfuerzo sostenido no llegaría a la meta. También se acordaba de los «discursos»  que cada cierto tiempo le soltaba: el tren, la postrera oportunidad…

                                   Esta dedicación de los últimos meses,incluido el verano, este sacrificio que se impuso de forma inesperada, tendría su premio pues, en la convocatoria de setiembre de 2006 lograría obtener la titulación deseada de Ingeniero Técnico. La historia reciente ha sido más sencilla: después de graduarse obtuvo un empleo en el Ayuntamiento de Arrecife (Lanzarote) y al año siguiente fue contratado por la empresa española ACCIONA para trabajar en Centroamérica. A partir de entonces, enlazó una serie de  años de verdadero trabajo , visitando casi todos los países del continente americano en compañía de altos ejecutivos de la misma que le aportaron toda su experiencia.  Fruto de esta intensa actividad, en los últimos tiempos, accedió a la  Dirección Comercial  de la entidad con base en México D.F. cargo que sigue ostentando en la actualidad.  

Jonathan y pte dominicano
Noviembre de 2018. Jonathan con el presidente de la República Dominicana Danilo Medina

                                   Mirando hacia atrás con cierta nostalgia, puedo decir que  estoy orgulloso de ti,  Jonathan, porque alcanzaste la meta propuesta. Además, mi gratitud  por haberme dado la oportunidad de reencontrarme  con una asignatura que me dio horas felices. De vez en cuando y en muchas ocasiones, a lo largo de estos años, he cogido papel y bolígrafo y con una integral  delante me he planteado el reto de resolverla sin tener que mirar mis apuntes. O la derivada de una función o las cinco raíces quintas de uno, pongamos por ejemplo. Con ello estaba poniendo a prueba el estado de mi memoria,  pero no es lo mismo. Estoy seguro que ya, nunca más,  me introduciré  a fondo en ese mundo de las Matemáticas, tan querido para mí. Me  suenan estas palabras como algo terrible, mas soy consciente  de que todo tiene su final.

                                                    …………………………………….

Hacia la publicación del «Libro V»

                                         Con el tiempo libre que me dejaba, tanto mi ocupación en el Ayuntamiento de Oviedo, como mis clases con Jonathan en Turón, aprovechaba para ir elaborando un nuevo libro. Es así que, en 2006,  ya tengo preparado un  nuevo tomo  que considero en cierto modo como un complemento del primero de ellos: Lo titulé “En busca del Turón perdido” y se formó a partir de papeles y documentación que iba llegando a mis manos en aquellos años e incrementado con informaciones obtenidas personalmente del Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares y en el Archivo de Protocolos Notariales de Madrid, que visité a finales de  junio de aquel año, cuando mi compromiso con mi sobrino había concluido; también a  resultas del nuevo desembarco que hice en los archivos monacales y el Diocesano de Oviedo, los parroquiales del Valle o las bibliotecas municipal y de la Facultad de Historia de la ciudad carbayona.

En el Club Prensa Asturiana de Oviedo estuvo presente mi madre, Mina de Fresneo, con 82 años, a pesar de la crudeza del día ya que nevó durante toda la tarde.

                                                           La presentación del libro  el 14 de diciembre en el Ateneo de Turón fue todo un éxito de público. Allí estuvieron conmigo, de nuevo, Ismael, Baquero y Pablo, realizándose al final la proyección de una selección de fotografías del libro a cargo de Jesús, el bibliotecario de Turón, que supuso una agradable novedad para los asistentes.

Ateneo LºV

Turón 2006. Componentes de la Mesa de presentación del Libro V en el Ateneo: Pablo (1), Baquero (2), Lito (3), Ismael(4).

 

                                                Repetimos los mismos protagonistas en el Club Prensa Asturiana de Oviedo el 24 de enero de 2007. Lo curioso es que hasta entonces la estación invernal se había presentado muy suave pero en la segunda semana de enero llegó, de repente, una ola polar que duró varios días. Aquel día, como tantas otras veces, iba acompañado de mi mujer, de mi madre con  82 años encima y de una amiga suya, Luz, viuda como ella desde hacía algún tiempo. Recuerdo que al llegar a Oviedo sobre las siete de la tarde, ya había anochecido y mientras nos dirigíamos al Club de Prensa nevaba ligeramente. Esta vez a la mesa de presentación se incorporó mi amigo Nicanor Díaz, ovetense, gerente empresarial y amante de la Historia, que se encargó de dirigir la proyección final. Fue una de las jornadas más crudas del invierno; sin embargo, ello no fue óbice para que la sala estuviera casi llena: concurrencia extraordinaria con un centenar abundante de espectadores. Algo tiene Turón y los turoneses, no cabe duda alguna al respecto, pues he sido testigo en alguna ocasión de actos culturales, protagonizados por conferenciantes de prestigio reconocido, en los que el auditorio no sobrepasaba las dos docenas de personas.  Con esto tan solo queremos decir que los

Ovieo Lº V
2006. Presentación del Lº V en el Club de Prensa Asturiana. Mina de Fresneo, entre su cuñada Lena a la izquierda y su amiga Luz a la derecha.

turoneses son tan conscientes de su propia historia industrial y cultural, están tan identificados con ella y se sienten tan orgullosos de la misma que cualquier acto que la recuerde no les pasa desapercibido. Es que hay castilletes que no pueden derribarse o silenciarse por más que desde determinados torreones de las altas esferas lo intenten. Es empeño vano.  Pero claro, en estos encuentros siempre se recapitulaba, no solo del pasado, sino también se hacía una radiografía del estado catastrófico de nuestro valle que no levanta cabeza por el estado de abandono en que lo han sumido los mandatarios de turno. Y este temario interesaba a aquellas gentes que un día, ya algo lejano, habían conocido un Turón vivo y activo al mismo nivel de bienestar que las zonas más industriosas del país.

Oviedo Público Lº V
Otro aspecto de sala en el mismo día. A la izquierda, se ve a Eloy y Serafín, funcionarios del Ayuntamiento; a la derecha, los padres de Nicanor.
                                                          

Segundo, Eloy..

 En primer término, Segundo (1), Eloy(2), Serafín (3); detrás aparecen: Antonio Ron(1), Longinos (2), Julia (3), Gusti (4).

Como creíamos firmemente que este libro sería el último que íbamos a publicar sobre Turón o, al menos, eso es lo que pensábamos en ese momento, queríamos hacerlo por todo lo alto. Por eso mi deseo era llevar la presentación del libro a Gijón, aunque esto no era una novedad como hemos visto. Pero mi idea ahora era más ambiciosa. Es bien conocido que a esta ciudad, como consecuencia de la crisis minera iniciada en los años sesenta, llegaron infinidad de compatriotas de tal manera que en la actualidad, si exceptuamos nuestro valle, es el lugar donde uno se puede encontrar con un mayor número de  turoneses. Por tanto, queríamos llevar a esta importante colonia de nativos, la historia, la nostalgia y el mensaje sobre el futuro de nuestra tierra. Queríamos convertir aquella jornada, aunque fuera de manera simbólica, en un “Día de Turón en Gijón”

Para realizar los preparativos tomé contacto con Carlos Iglesias, un licenciado en Filosofía y Letras que representaba al diario «El Comercio» en este tipo de actos.

                                                        En el primer contacto que tuvimos con el coordinador del acto, que actuaba en representación del diario “El Comercio”, nos manifestó que el periódico no disponía de un local determinado para este tipo de actos, sino que alquilaba uno distinto para cada ocasión, en función de las circunstancias de cada caso. Esta vez muy bien podía ser el salón de actos de una céntrica librería. Al preguntarle por el aforo me contestó que podía tener cabida para unas 30 personas. Me negué rotundamente. Yo no preparaba un acto cultural de aquel tipo en la ciudad playera solo para una treintena de asistente.. Eso ya lo había experimentado en un pequeño entoldado habilitado ad hoc por la asociación de libreros. Mi intención, ahora, era realizar algo más ambicioso porque era mi último libro, lo que dicho sea de paso y no se la razón, nadie entre mis amigos lo creía. Tan solo yo estaba convencido de ello pues era ya demasiado tiempo el que había quemado en esa historia. Pero a lo que íbamos. Carlos Iglesias, que así se llamaba el coordinador, me propuso entonces el salón de conferencias de la Escuela de Hostelería, sita en el Paseo de Begoña. Al entrar en su interior me impresionó favorablemente: su aforo rondaba las 160 plazas que eran otros tantos cómodos asientos tapizados en piel. La verdad es que nunca había presentado un libro en un local de tanta importancia. Una vez aceptado el reto, fijamos la fecha del acontecimiento para el 21 de marzo y me puse a trabajar anunciando el evento en los medios de comunicación (radio y prensa). Puedo asegurar que los turoneses nunca me habían defraudado y eso me transmitía confianza, aunque la meteorología, según se acercaba el día señalado, parecía dispuesta a interponerse en mi camino como ocurrió en Oviedo.

Después del frío glacial de enero, disfrutamos de una semanas verdaderamente soleadas y así continuó hasta mediados de marzo. Y llegó la primavera…

                                             La realidad es que desde la presentación en el Club Prensa Asturiana, el tiempo comenzó a mejorar y todo el mes de febrero y la primera quincena de marzo se mostró atípico para aquella época del año: temperaturas suaves sin heladas, sol y apenas días de lluvia. Estaba ya muy próxima la primavera pero, justamente, una semana antes comenzaron los partes meteorológicos a anuncia la llegada de un frente frío con temperaturas máximas de 12 grados y nieve a 100 metros sobre el nivel del mar; también, se remarcaba el día 21 como el más crudo de aquella semana polar que se avecinaba.

El día de la presentación en Gijón estaba tan frío que un ligero soplo de aire hería los ojos. Allí también estuvo Mina  de Fresneo presente, próxima a cumplir los 83 años.

Se puede imaginar el disgusto que yo tenía encima profiriendo maldiciones por doquier. ¡Para una vez cada tres años que protagonizo un acto de este tipo que, además, va a ser el último y me ocurre esto¡… Estaba desesperado y no me faltaba ápice de razón pues, evidentemente, el mal tiempo me iba a restar concurrencia, ya que hay que tener en cuenta que la mayoría de estos posibles oyentes superaban los 60 años y ante tan bajas temperaturas serían muchos los que optarían por quedarse en casa.

                                                                      El día señalado se presentó tan gélido como se venía anunciando. En las jornadas precedentes había nevado con fuerza, de forma que cuando salimos de Turón hacia las cinco de la tarde, la nieve cubría la carretera en muchas de sus partes. Al ir acercándonos a Gijón, comenzamos a sentir una sensación extraña porque se abrían claros en el cielo y no me lo acababa de creer; además, sin darme cuenta de ello por la tensión del momento, la nieve había desaparecido de la calzada y ello era consecuencia de la pérdida de altitud por la proximidad de la costa. Pero cuando cruzamos el paseo de Begoña el ambiente era tan frío que un ligero soplo del aire  hería los ojos. Echamos una mirada rápida  en derredor y no se veía ni un alma. Rápidamente, sin más contemplaciones, entramos en el edificio donde iba a tener lugar la presentación. Todos lo agradecieron, pues gracias a la calefacción del edificio, la temperatura del interior rondaba los veinte grados Celsius.

Con mi madre
2007. Con mi madre en el salón  de actos de la Escuela de Hostelería de Gijón.

                                                             Diez minutos antes del comienzo del acto que estaba programado para las siete , éramos seis personas en el espacioso salón situado en la segunda planta: mi madre Mina, su amiga Luz, mi mujer y dos amigos míos, José Manuel García Laviana, ingeniero técnico de El Entrego, y Nicanor, gestor empresarial, que se encargaría de comentar una serie de fotografías del libro proyectadas sobre una pantalla. Presagiaba lo peor pero la suerte ya estaba echada. Mientras unos técnicos ponían a punto el equipo sonoro de la sala, me dirigí por unos momentos al amplio patio interior del edificio y alguien que llegaba me advirtió de la presencia de algunos amigos venidos de Turón que estaban en una cafetería próxima.

Aquella gélida jornada fue una de las más multitudinarias que hemos protagonizado  relacionadas con los libros de Turón.

                                               Bajé rápidamente a la calle y al salir a la acera una oleada de frío polar me barrió el rostro y vino a recordarme, de nuevo,  lo intempestivo de la jornada. Saludé a Genaro Quevedo, a Germán Prieto, a “Chevis” y a otros que les acompañaban y sin más dilación me refugié, de nuevo, en la Escuela de Hostelería dirigiéndome, nuevamente, a la segunda planta. En ese momento comenzaban a llegar algunas gentes que con el libro en la mano me solicitaban una dedicatoria. Entre firma y firma, podía observar como los espectadores , todos ellos muy abrigados, iban fluyendo sin prisa pero sin pausa. Cuando quise darme cuenta, el mencionado patio estaba repleto de gente y algunos optaban por pasar al salón para acomodarse en las confortables butacas destinadas para el público, pues en la antesala la capacidad de maniobra, debido a la aglomeración de gente, estaba ya muy limitada. Allí era donde yo seguía “asediado” y solicitado sin descanso.  Ante la avalancha de gente que se me echaba en encima, ya había olvidado el mal tiempo que imperaba en el exterior y correspondía como buenamente podía a todas las personas que requerían mi presencia Allí conocí, entre otros, a Nicanor Figaredo, hermano del célebre jesuita “Kike” Figaredo ( Natural de Gijón y Prefecto Apostólico de Battanbang -Camboya), y a una biznieta de los Bertrand , ingenieros belgas que tuvieron concesiones mineras en el valle de Turón en la segunda mitad del siglo XIX ( ver “Informaciones del Turón antiguo” y «En busca del Turón perdido«). Por momentos, era consciente de que el tiempo iba transcurriendo más aprisa de lo deseado pues la hora de comienzo del acto se había sobrepasado pero nada podía hacer por evitar aquella demora imprevista pues dejaba una persona y se me acercaba otra que me hablaba de su filiación, que vivía en Gijón pero que había nacido en El Riquixu o en L’Agüeria, en fin, que quería cambiar algunas impresiones conmigo, recordándome que en determinada página del libro se encontraba el nombre de su padre, mientas que en otra se plasmaba una fotografía de un grupo de mineros en la que aparecía su abuelo. Cuando alguien nacido en Urbiés me hacía ver que parte de sus antepasados eran los de una de las genealogías mostradas en el libro, miré el reloj de resbalón y pude ver que señalaba las siete y cuarto. Eran necesario comenzar el acto pues tal retraso ya suponía como una falta de consideración hacia todos aquellos que permanecían sentados en sus asiento desde hacía bastantes minutos; por otra parte, yo no veía la forma de «despegarme» de algunos turoneses que permanecían a mi alrededor haciéndome preguntas y más preguntas, porque no quería ser descortés con ellos. En aquellos momentos, sobre las claraboyas del patio, comenzó a sonar un repiqueteo como si de una ametralladora se tratase, lo que motivó la atención de los concurrentes que comenzaron a verter comentarios variados sobre el inesperado suceso. Se trataba de una tormenta de agua y granizo que, de súbito, descargó sobre la ciudad. Esa fue la ocasión que aproveché para colarme en la sala y todos los que me rodeaban siguieron mi estela buscando cada cual su acomodo. Cuando llegué a la mesa de presentadores allí estaban todos mis acompañantes esperándome: el periodista Zoilo Martínez de Vega, el librero Manuel Baquero y el ex-presidente de la Plataforma Juvenil Pablo Prieto. Pude entonces observar como la sala no estaba llena pero le faltaba poco: total unas 130 personas como mínimo. A mi lado, se encontraba también Carlos Iglesias que no daba crédito a lo que veía. “Los de Turón sois la leche”– me dijo. Ya no se acordaba- y llevaba 18 años en la brecha- de la última vez en que una presentación literaria coordinada por él mismo  había reunido a tanta gente.

Nuestro discurso, ese día, no fue muy distinto al de otras ocasiones pero, ahora iba dirigido, esencialmente, a un auditorio diferente: eran los turoneses que vivían en la capital playera.

                                          Aquel día, volvimos a hablar de cosas parecidas a las de  otras ocasiones similares: de nuestro querido Turón que tanto ayudó al país cuando más lo necesitaba y de lo poco que había recibido hasta el momento; también de las posibles salidas hacia el futuro. Y la gente se entusiasmó porque los turoneses del siglo XX tienen algo especial. Sienten la tierra de una manera distinta.

                                             Una vez más habían respondido a nuestra llamada. Me encontraba satisfecho por el deber cumplido: hablar de Turón cuando Turón no estaba de moda por causa de nuestros gobernantes. Debo de confesar que nunca había hablado para tanta gente, si exceptuamos el día en que me llamaron para pronunciar el pregón de las fiestas del Cristo y la fecha en que me concedieron el Pote de Oro a cuyo acto había asistido 400 personas.  Podemos asegurar que si la jornada hubiera sido primaveral aquel salón se habría quedado pequeño para dar cabida a tantos compatriotas que se quedaron en casa pues aquella tarde no invitaba a otra cosa. Tampoco falló  Zoilo que  desistiendo del traslado aéreo por un posible retraso debido a las desfavorables condiciones meteorológicas, hizo el desplazamiento por carretera desde su domicilio madrileño. El celebérrimo periodista turonés, junto con Pablo y Baquero, fueron los tres “mosqueteros” de lujo que tantas veces me han arropado en este tipo  de encuentros .

Aquel memorable día, Zoilo Martínez de Vega, se dirigió a la concurrencia con un discurso cargado, a la vez, de emoción y sentimiento, que reproducimos a continuación: 

                                        » Buenas tardes: Tengo una deuda con Lito, que he venido a saldar esta tardea Hace más de un año me pidió una colaboración para este libro, concretamente un análisis comparativo del Turón de mi infancia y de mi juventud con el Turón de hoy. Me parecía un tema tan sencillo que lo fui dejando para última hora y, cuando quise cumplir, el libro ya estaba en la imprenta. Después me di cuenta de que no era tan fácil, porque el único Turón que yo tengo y que yo siento es el Turón de mi infancia y de mi juventud, que fue fundamental y decisivo en toda mi vida. El Turón de hoy sólo me vale como álbum de recuerdos, donde encuentro a los parientes y a los amigos que me quedan, y como urna funeraria, donde están depositadas las cenizas de mis antepasados. Dice Somerset Maughan en «El filo de la navaja» que los hombres y mujeres no son solamente ellos mismos, sino que, además, tienen algo de la comarca en que nacieron, de la casa urbana o de la rústica alquería donde aprendieron a andar, de los juegos con que de niños disfrutaron, de las consejas que les fueron narradas, de la comida que los alimentó, de los colegios en que estudiaron, de los deportes que practicaron, de las poesías que leyeron y del Dios en que creyeron. Todas estas cosas juntas hicieron de ellos lo que son, y no es posible llegar a trabar íntimo conocimiento con ellos por referencias o de oídas, pues eso sólo lo logra quien las ha vivido».

                                Unamuno es más breve y categórico cuando afirma: «No sé cómo puede vivir quien no lleve a flor del alma los recuerdos de su niñez», y Saramago, en su último y bellísimo libro titulado «Pequeñas memorias», da este consejo que yo reconozco haber adoptado desde siempre como norma de vida: «Déjate llevar por el niño que fuiste». Por eso, el que quiera conocerme de verdad no me va a encontrar por las calles de Madrid o por los caminos de América, sino que va a tener que buscar mis huellas infantiles por la carretera de El Lago, subiendo hasta Urbiés o bajando hasta Peñule, por los caminos y atajos que van de El Lago a Linares o a Candanal, a la Rebaldana a Carcarosa y a San Justo, donde están mis orígenes y donde mejor me reconozco. Va a tener que preguntar por mí a mis colegas de La Salle y a mis vecinos y compañeros de juegos en El Lago, porque lo más original y auténtico de mí mismo fue lo que aprendí con mis padres y con mis maestros y las experiencias que compartí con aquellos amigos, y el mejor elogio que yo quisiera recibir a estas alturas de la vida, cuando ya casi no queda tiempo para rectificaciones, es aquella definición simple y profunda que decimos en Asturias de las personas decentes: «ES COMO HAY QUE SER». Y aquí viene mi deuda con Lito y la razón de este encuentro de turoneses en Gijón, porque nada me ayuda a reconocerme mejor a mí mismo —y supongo que os sucederá algo parecido a todos vosotros- que la lectura de sus libros. Increíblemente, con una seriedad y una constancia admirables, Lito fue componiendo este rompecabezas impresionante en el que nos identificamos todos nosotros desde nuestros más recónditos orígenes, desde cuando comienzan las memorias escritas de Turón y aún antes, a través de registros orales transmitidos de boca en boca a lo largo de los siglos.

                                    Dice Italo Calvino que «somos lo que recordamos». Si fuera así, seríamos poca cosa, porque la memoria es confusa y los recuerdos se pierden, se distancian o se desdibujan y, al final, la imagen que tendríamos de nosotros mismos y de nuestros parientes y amigos más lejanos sería borrosa y casi irreal. Y aquí viene la importancia fundamental de los libros de Lito, que nos aclaran el escenario de nuestra propia vida, nos recuperan el Valle de Turón, pueblo por pueblo, casa por casa, desde el tiempo de nuestros tatarabuelos; reconstruyen nuestro árbol genealógico, devuelven rostros fotográficos a aquellos parientes y vecinos, de los que ya no teníamos memoria y desentierran imágenes de nosotros mismos que creíamos perdidas para siempre.

                                    Cuando creíamos que todo estaba dicho sobre el Valle de Turón en sus cuatro libros anteriores, «EN BUSCA DEL TURÓN PERDIDO» está lleno de novedades, que —en mi caso- modifican y enriquecen considerablemente la información de mi propia familia y, en consecuencia, el concepto de mi propia personalidad. Gracias a la constancia investigadora de Lito puedo escalar de siglo en siglo el árbol genealógico de mi familia materna Martínez de Vega, de madre a abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, igual que tantas veces escalé de niño los cerezos que ellos mismos dejaron plantados en sus prados de Peñule.

                                    Gracias a esa curiosidad inagotable de Lito descubro mis propios antecedentes liberales en la figura gloriosa y trágica a la vez de mi bisabuelo Pedro, que en 1874, con sólo 49 años, cayó herido de muerte por el fuego amigo de otro bando liberal, cuando galopaba en las cercanías de Ujo enarbolando el pendón carlista que acababa de descubrir junto a un alijo de armas de las huestes tradicionalistas, escondidas en algún lugar de la iglesia de Figaredo. Yo había escuchado una vaga mención de esta historia de labios de mi tío Froilán; pero ahora tengo constancia escrita y puedo colocar a mi bisabuelo Pedro en el altar de mis santos familiares.

                                    El libro de Lito resuelve otra importante curiosidad juvenil. Recuerdo que en nuestras tertulias del Bar NietoManolito Baquero es testigo- Antonio Zulaica y yo perdimos mucho tiempo tratando de identificar, sin conseguirlo, nuestro verdadero parentesco en esta línea familiar de los Martínez de Vega, apellido que su padre y mi madre habían interrumpido y abreviado, y que él y yo recuperamos por nuestra propia cuenta. Pues bien, ahora sabemos, gracias a esta última entrega de Lito, que compartimos el mismo tatarabuelo José, que su bisabuelo José y el mío Pedro eran hermanos, y su abuelo Wenceslao primo de mi abuelo José María, su padre y mi madre primos segundos y nosotros terceros, un parentesco lejano que compensamos con una profunda amistad y cariño. La foto de la página 320, Antonio y yo con Elena en una fiesta social de Tunja, me devuelve la enorme alegría de aquel reencuentro en tierras de Colombia.

                                     Quiero decirles que fue tan determinante para mí aquella tertulia del nieto y aquel parentesco asumido, que de alguna manera condicionó mi vida profesional y familiar. En el año 1965 la Agencia EFE, hasta entonces agencia nacional, comenzó la fundación de sus delegaciones latinoamericanas. Yo estaba en la redacción de Buenos Aires y en el 67 la dirección de Madrid me propuso que eligiera otro país para proceder a su instalación. Naturalmente, elegí Colombia, sólo porque allí estaban mis amigos Antonio y Elena. De esa forma pude compartir cuatro años con ellos, Elena trajo al mundo a mis dos hijas en su clínica de Tunja y su hijo mayor Antonio siguió mis pasos en EFE hasta convertirse en uno de sus periodistas más brillantes. Hoy es director de EFE en Bolivia. Antonio Zulaica murió hace algunos años; pero sigue siendo una presencia indispensable en el corazón de los que fuimos sus amigos y en las páginas del libro que estamos presentando.

                                          «EN BUSCA DEL TURÓN PERDIDO» tiene muchísimos hallazgos; pero, como se trata de una historia común y compartida, dejo que cada uno de sus protagonistas, que somos todos los habitantes del Valle y concretamente todos los que ahora estamos aquí, haga sus propios descubrimientos. El título, que evoca a Proust, no hace más que reafirmar sus palabras en «EL TIEMPO RECOBRADO», cuando dice que «LOS VERDADEROS PARAÍSOS SON LOS PARAÍSOS QUE HEMOS PERDIDO».

                                          Quiero hacer dos reflexiones finales sobre la trascendencia del trabajo de Lito en la recuperación de nuestros antepasados y sobre nuestra propia vida personal.

                                         En las páginas de este libro, lo mismo que en los cuatro anteriores, yo siento la testaruda vocación de vivir que anima a nuestros muertos, que se aferran a nosotros para no morir del todo y nos acompañan como sombras o fantasmas, se levantan con nosotros, nos hablan o permanecen en silencio, así día tras día y noche tras noche, hasta que también nosotros morimos y empezaremos a aferrarnos a nuestros vivos. Miguel Hernández escribió: «Los muertos, con un fuego congelado que abrasa,/ laten junto a los vivos de una manera terca».

                                     Yo no sé si también os sucede a vosotros; pero yo siento que mucha gente que conozco, al final de su vida habla mucho más con los muertos que con los vivos, porque casi todas las personas que les importan están muertas. Los libros de Lito no hacen más que confirmar el poema de Salvador Oliva, titulado «INSISTENCIA DE LOS MUERTOS», que dice: «Qué incalculable multitud de antepasados llevamos en la sangre», y advierte de «las obediencias del cuerpo: los muertos —nuestros muertos- siempre insistiendo, aferrándose a la vida»…Y volviendo a la vida, a la nuestra, y al enriquecimiento personal que a mí me aportan los trabajos de Lito, siento que esta mirada a nuestro pasado desmiente la leyenda bíblica de la mujer de Lot convertida en estatua de sal por mirar hacia atrás. Por el contrario, pienso que la mejor forma de vivir es adoptar el movimiento del remero, es decir, colocarse de espaldas al destino, mirando bien de dónde vienes, para tener más fuerza en el impulso y mejor orientación sobre ti mismo.

                                     Nada más. Muchas gracias, Lito, por tu trabajo colosal, y muchas gracias a todos vosotros por vuestra presencia y por vuestra paciencia».

                                                           Recuerdo con satisfacción de aquella jornada, una vez vista la gran afluencia de público, a pesar de la meteorología nada favorable, las palabras de mi madre respecto al tiempo adverso.  Ella, que  vivía estos acontecimientos con intensidad,  no tuvo por menos que exclamar en el viaje de vuelta: ”Parece que tenemos al diablo  detrás, pero no puede con nosotros». Hoy todavía, cuando regresan a mi mente aquellos hechos, me emociona el pensar que, con casi ochenta y años a sus espaldas, estuviera tan integrada en tales actos pero, pensándolo más detenidamente, me doy cuenta que yo, a falta de mi padre, procuraba involucrarla en aquellas presentaciones y como yo me sentía bien así,  ella no dudaba en cumplirme el gusto.

De nuevo volvimos a presentar  el libro en la capital por insistencia del presidente de LIBROVIEDO Luis Martín.

                                                      En el mes de abril, Luis Martín, presidente de LIBROVIEDO, feria anual organizada por la asociación de los libreros de la capital carbayona, me invitó a presentar el libro en este nuevo foro. A decir verdad, la obra ya era conocida en la ciudad desde el mes de enero, pero por aquello de ser mi última irrupción en el mundo de la historia local -esto era lo que yo pensaba en aquel momento- acepté sin más reparos. Fijamos la fecha para el día 10 de mayo. Este evento suele durar unos 15 días y se celebraba bajo un entoldado dispuesto en el Paseo de los Álamos. Allí, además de los stands de venta de libros, se habilita un recinto para los actos literarios con un aforo de unas 30 localidades. Durante los días que dura la muestra suelen venir algunos autores famosos a los que se les da una gran cobertura en los medios de comunicación (radio, prensa, TV…) siendo sus obras muy conocido de antemano por tal motivo.

Una faringitis crónica e inoportuna estuvo a punto de hacerme suspender la presentación.

La feria comenzó el día tres y en aquellos días me vi afectado por una faringitis acompañada de una tos irrefrenable, que ponía en serio peligro mi comparecencia después de haber sido anunciada en la prensa regional. Estaba temiendo que me ocurriese como tres años atrás, coincidiendo con la publicación de “Turón. El fin de una época” en que no pude cumplir con Luis Martín al no facilitarme la imprenta el libro hasta después de concluida la Feria. Esta vez, todo parecía señalar que, no por culpa de la imprenta sino a causa de mi dolencia, iba a ocurrir lo mismo y esta ausencia, aunque estuviera justificada, no me dejaba en buen lugar ante el coordinador del evento. Me preocupaba no poder asistir porque mi garganta se iba poniendo cada día peor y la tos no remitía. Debo de apuntar que esto no era casual pues mi debilidad en ese sentido venía de lejos: fui operado de amígdalas a la tierna edad de cinco años y luego acabé destrozando la garganta al cabo de 25 años que fueron los que estuve de dedicado por temporadas a explicar Matemáticas en sesiones intensivas de seis y hasta siete  horas diarias. Y, claro está, cada dos por tres, se me presentaba una afección a la faringe a pesar de todas mis precauciones que siempre necesitaba durante unos días de la administración de antibióticos. Pero, a pesar de que estaba impresentable por aquella persistente tos que me atenazaba, siempre tenía la esperanza de alcanzar la mejoría en los días siguientes aunque esta no acababa de producirse. Mientras tanto, por medio de la prensa diaria, me iba informando de la evolución de la Feria y, según declaración de una visitante, testigo de las presentaciones de algunas novedades editoriales, realizadas por diversos escritores, aquellas no habían tenido demasiada audiencia. Y concluía con la siguiente manifestación al periodista de turno: ”Hasta que no venga Ortega Cano, el torero, con el libro sobre Rocío Jurado, no se llena la sala”.

                                                       Por fin, llegó el día de autos por mi tan temido en aquellas circunstancias. Ahora, para más inri, a la tos se me había asociado una gran afonía. Media hora antes de las siete de la tarde que era la acordada para el acto, ingerí una cucharada de un medicamento que me había recetado mi médico de cabecera. Se llamaba “Toseína” que es un remedio para calmar la tos que casi nunca funciona pues lo venía tomando hacía varios días y cada vez estaba más congestionado. Al comenzar la intervención, después de haberme presentado con unas emotivas palabras, el Jefe de Estadística del Ayuntamiento de Oviedo, Longinos Fernández, aclaré que ya en una ocasión la había fallado por causas imponderables al bueno de Luis Martín, pero esta vez vendría con la cabeza debajo del brazo si era necesario para evitarlo. Al principio de la exposición tosí un poco y algunos que ya conocían mi problema presagiaron lo peor. Yo- he de confesarlo- imaginaba lo mismo que ellos, que aquello no iba a terminar bien. Después, inesperadamente, me salió una voz potente y como de ultratumba, debido a la ronquera que arrastraba; algo así como la que exhibió Lee Marvin en su película “La leyenda de la ciudad sin nombre”  Creo que todo el mundo lo agradeció pues no me pasó desapercibida la enorme atención que observaba en el reducido pero denso auditorio que tenían delante. Entre los que me conocían porque aquel timbre de voz no era el mío habitual y para los demás porque aquella sonoridad le añadía un toque solemne a mis palabras. “Para siempre querría yo tener ese tono de voz de bajo profundo  que me salió aquel memorable día.  No puedo explicarlo pero fue como un milagro; además, aquella tarde no volví a toser más. En días sucesivos ya fue otro cantar pues la afección se me complicó y estuve convaleciente durante cuatro semanas. Pero volviendo al entoldado del Paseo de los Álamos, debo decir que el aforo se cubrió con creces, entre los que se encontraban, Senén “Candanal”, Fermín Palicio, presidente de la Asociación «Amigos de Veguín», David y su mujer( padres de Jorge Varela), etc. Incluso, había gente de pie acompañándonos. Recuerdo a Celso Peyroux, cronista oficial de Teverga como uno de ellos. También otros que , paseando junto a los distintos mostradores de los libreros, al oír aquella voz tan grave que lanzaba al aire reivindicaciones para un valle minero en crisis, se detenían a la entrada algunos momentos para satisfacer su curiosidad. ¡Ah¡ por cierto, reseñar que en la jornada precedente el diario “La Nueva España” plasmaba una fotografía de la presentación del libro de Ortega Cano, el torero, y se contabilizaban seis personas teniendo en cuenta el que disparó la cámara. Pero es que las gentes de Turón, no nos engañemos, son irrepetibles.



 2007 libroviedo

LIBROVIEDO Abril de 2007. Público asistente a la presentación del libro «En busca del Turón perdido» en el entoldado del Paseo de los Álamos, Son los momentos anteriores al comienzo del acto. A la izquierda, entre otros, Serafín, Andrés, Julia y Darita de Oviedo, Amor y David  (padres de Jorge Varela); a la derecha, Mina, Luz, Senén Candanal, Gregorio Lillo, Armando de L’ Agüeria, Jesús de La Llera,…Al fondo, de pie (con cazadora roja), se encuentra Antonio Fernández ( Foto Urbano Álvarez).