UN HOMBRE CON BONHOMÍA Y ARTE

                   Su hermano mayor, Lito Varela, fue uno de mis mejores amigos de la adolescencia

                         Corría el año 1963 y en compañía de  mi homónimo Lito Varela, tenía la intención de crear una revista literaria en la que plasmar noticias de Turón, narraciones cortas y poemas de nuestra creación. Por aquella época teníamos dieciséis años y un día a la semana, a mis  amigos( Chus Ordiz de Linares y Nando Riestra del Fabar) los llevaba al Ateneo. Este organismo del que yo era socio, nada tenía que ver con el actual y estaba ubicado en un edificio próximo a la llamada «Casa Sindical» en esos tiempos, al lado del río y frente a lo que, hoy día, es el  «Asador la Gotera». Allí leíamos todo lo que caía en nuestras manos, que eran curiosas  revistas, que apenas se encontraban en ningún quiosco o librería, como Cuadernos para el diálogo, La Gaceta Ilustrada, Paris Match o La Estafeta Literaria, amén de los  libros de una pequeña pero escogida biblioteca formada por obras de premios Nobel. Chus y el que suscribe habíamos concluido recientemente el Bachiller Elemental y en la cabeza teníamos muchos proyectos propios de nuestra juventud pues estábamos imbuidos por la fiebre de la adolescencia.  Etapa difícil de la existencia humana, en la que acabábamos de entrar y en la que aún nos quedaban muchas cuestiones por decidir. Como ha ocurrido con tantos jóvenes a esa edad, componíamos los primeros poemas de amor que yo intercambiaba, ocasionalmente, con Santos H. Lamagrande, a la sazón, el poeta “oficial” del momento.

Conocí, personalmente, a Varela en 1994, colaborando con un par de dibujos para mi primer libro sobre el valle de Turón 

                  Lito Varela se fue de Turón muy pronto para encauzar su futuro y su marcha me causó hondo pesar pues nos unían las mismas ilusiones. Pero ¡las vueltas que da la vida!: después de más de dos décadas, también, en parte, desconectado de Turón por razones varias (universitarias, afectivas…), me enteré de la  puesta en marcha de  una revista local, “Ecos del Valle”, cuyo contenido me causó una profunda emoción ya que con ella se intentaba situar a Turón en el mapa, tras el desmantelamiento industrial que se estaba produciendo en la zona. Pronto comencé a colaborar con breves relatos históricos referentes a la tierra. Fue entonces cuando, desde la asociación   ”Mejoras del Valle”, que era la patrocinadora de la publicación,  me sugirieron la posibilidad de ilustrar mis artículos  por medio del dibujo de un  artista local de probadas cualidades,  con la finalidad de hacerlos más atractivos. Así tomé el primer contacto con Juan Luis  que resultó ser el hermano menor de mi antiguo amigo Lito Varela. A partir de ese momento, iniciamos una amistad que no cesaría nunca ya que, más adelante, tendría la oportunidad de repetir aquella operación  numerosas veces, empezando por la primera obra que publiqué sobre la tierra natal en 1995. El día de la presentación compartimos el mismo acto: Juan Luis Varela con una exposición pictórica y yo con el libro “Informaciones del Turón antiguo”; en lo sucesivo, se encargaría de ilustrarme  con sus precisos dibujos, diversos reportajes que, de tarde en tarde, enviaba a La Nueva España en la columna “Desde mi atalaya turonesa”.

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1995. Varela (a la izquierda) presentando una exposición pictórica, el mismo día que di a conocer mi primer libro sobre el valle de Turón.

                 Juan Luis Varela nació en el  Barrio San Francisco, conocido popularmente como Los Cuarteles Nuevos, en 1951, realizando sus estudios primarios en el colegio que los frailes lasalianos habían establecido en la vega de Puenes. Interesado por las artes plásticas desde pequeño, sus primeros pasos  los realizó de la mano de José Suárez “Pilu”, que le enseñó la técnica del Dibujo; después, continuaría su aprendizaje al tomar contacto en Mieres del Camino  con los hermanos Urbina. Participa muy pronto en diversos certámenes y siempre sus trabajos se encuentran entre los primeros premios como en el I Concurso de Dibujo  y Pintura, en la modalidad de acuarela, donde obtiene el máximo galardón con solo trece años. Varela era, prácticamente, un pintor autodidacta pero contó con el sello de la Escuela de Artes y Oficios de la capital del Principado cuyas aulas frecuentó aunque fuera de manera discontinua. Otro tanto ocurrió con la de Lanzarote al permanecer en la isla una temporada con motivo del cumplimiento de sus deberes para con la Patria. Aquella larga estancia le permitió perfeccionar su estilo. A propósito de las características de su pintura, podemos asegurar que tiene profundos rasgos expresionistas. Nadie mejor que él lo sabía y esto fue lo que  nos manifestó en cierta ocasión.

                      En relación con la obra de Varela, podemos asegurar que,  detrás de sus cuadros,  hay mucho trabajo de campo, plasmando luego sobre el lienzo un tipo de arte que huye de los conceptos tradicionales. En su variada  producción,  es necesario destacar la parte que ha dedicado a inmortalizar la imagen de muchos turoneses. Ejecutados siempre con singular maestría, ha sabido insuflarles, a través de la mirada, esa transparencia que descubre la propia  personalidad del retratado. También se ha comprometido con bodegones  y marinas pero  su  tema preferido es siempre el “terruño”: su paisaje, su arqueología industrial y el entorno natural del artista, obteniendo en todas las oportunidades rincones inéditos que muchos de nosotros pisamos a diario y, en cambio, nunca hemos llegado a descubrir. A este espacio propio, le corresponde con una gama cromática desinhibida que en absoluto neutraliza la negrura del abismal mundo minero, convirtiéndolo, de este modo, en el potencial pintor de la mina, tema que en muy pocas ocasiones se ha tocado en la plástica asturiana.

Varela
         Juan Luis Varela

 

          Poco a poco, fueron llegando las primeras exposiciones individuales: Caja de Ahorros, Casa de la Cultura de Luanco, Salón de Arte (Oviedo) y colectivas (Salón de Mejoras del Valle, Homenaje a Inocencio Urbina, etc.) En el año 1979 abrió un taller de pintura en el antiguo colegio La Salle que gestionó la Asociación de Padres de Alumnos del nuevo centro escolar concertado (años después, lo pasaría al final de La Veguina). Su objetivo fundamental era el de ayudar a la gente a comprender un poco el intrincado mundo del arte y se aferró a su proyecto pictórico con una voluntad imperturbable.

Decidió quedarse en Turón para siempre para no dejar sola a su madre, que estaba por encima de su carrera artística

                    Así fue enriqueciendo su vida artística en su Turón del alma,  que nunca quiso abandonar, aunque sabía que  encerrarse en el Valle iba en detrimento de su carrera. No le importaba. Por encima de todo, estaba  su  madre María Teresa, viuda de casi toda la vida, a la que nunca quiso dejar sola.

                 Varela, siguió recreándose con una fidelidad ejemplar en su mundo y en sus modelos inmediatos: escombreras, vestigios de planos inclinados, lavaderos de carbón, la torre de extracción de Los Espinos, La Ceposa,  Fresneo, la “borrina” bordeando el picu Mediudía, el paisaje degradado por las labores industriales, el sudor del obrero turonés, el drama de la familia minera, Turón, Turón… Estos eran los ingredientes que el pintor hacía objeto de una sabia selección personal para darles vida en el lienzo, uniendo pincel y afectividad. El resultado era, invariablemente, el mismo: una eclosión de colorido que penetraba por los ojos del espectador, pues allí permanecía reflejado todo lo que él  había sentido  y sufrido.

               Conocedor ya de su fina paleta y de su exquisito arte, en 1999, aprovechando la presentación de “Turón. Crónica de medio siglo (1930-1980)” le publiqué una reseña biográfica. Luego, a lo largo de los años siguientes, le fui haciendo diversos  encargos: dos óleos correspondientes a otros tantos retratos  y otros dos referentes a los pueblos de Enverniego y Fresneo, además de dos dibujos a tinta china de estos pueblos que, fueron, respectivamente, los lugares de nacimiento de mi padre y de mi madre; por último, un óleo de 100 por 70 cm. que representa al brigadier Solís, fundador de la Biblioteca de la Universidad de Oviedo, de cuyo personaje publiqué una biografía en 1991.

Varela, además de buen pintor, fue saxofonista pero, si hay que escribir una sola frase que lo defina exactamente, esta es «una excelente persona».

       Todo se iba desarrollando en su vida con cierta normalidad, dedicado a incrementar su importante obra y a atender a su madre que, inexorablemente iba cumpliendo años y necesitaba ciertos cuidados aunque, en general, se mantenía con una buena salud. Actividades que Juan Luis complementaba con su afición a la música pues, desde los años setenta del siglo pasado, participó como saxofonista en diversos grupos musicales como “ Los Teddy Boys” y “Los Glad Stone”. Pero en su interior tenía una espina clavada que me confesó en alguna ocasión: echaba de menos un cierto reconocimiento por parte de la sociedad local a favor de sus muchos años de dedicación a promocionar la pintura y el dibujo en el Valle. Me quería decir que la mayoría era insensible a tal inclinación. Con estas palabras no estaba culpando a la gente- yo le conocía bien y puedo afirmarlo-me quería decir sin decírmelo directamente, que el sistema en el que vivimos, ahora y antes de ahora, era el que fallaba, pues en la mayor parte de las ocasiones, se acordaban de hacer reconocimientos a las personas, una vez que éstas han fallecido.

                  Varela, era una persona de carácter afable y, por ello, apreciado por todos los que le conocían. Su vida, en los primeros años del nuevo milenio,   fue transcurriendo  con la misma dinámica de siempre hasta que, en 2017, una cruel enfermedad se cruzó en su camino. Cuando, pasados unos días de la delicada intervención quirúrgica a la que fue sometido, fui a visitarlo al HUCA lo encontré muy animado y allí tuve la ocasión de conocer a su hija, una joven de unos dieciocho años de la que se sentía muy orgulloso. Al ser dado de alta  regresó a Turón y, desde entonces, tratamientos y revisiones médicas sucesivas ya no le abandonaron. De forma intermitente, contactaba con él para que me ilustrara un nuevo artículo sobre algún personaje turonés que tenía preparado para la prensa o bien le llamaba por teléfono para interesarme por su estado físico. Me respondía que su salud sufría continuos altibajos y solo cuando experimentaba una mejoría, reanudaba el contacto con su obra pendiente. Su intención era realizar una exposición de aquellos retratos hechos a plumilla cuando yo superara la treintena de biografías de turoneses ilustres publicadas en mis libros y todo parecía indicar que el próximo año lo conseguiríamos. Tristemente,  no ha podido ser.

               La última vez que le llamé fue a primeros de junio de 2020 y con una debilitada voz  me comunicó su inminente  ingreso en el hospital de Oviedo. La Parca le rondaba desde tiempo atrás y el jueves día once, apenas una semana más tarde,  no pudo esquivarla. Hay que  lamentar esta terrible desaparición, porque se nos ha ido uno de los más  grandes de la pintura nacidos  en el valle de Turón.

               No puedo dejar de pensar en estos momentos en el dolor de que es presa su pobre madre, muy próxima al centenario. Plenamente consciente y abatida por el funesto suceso, parece como si fuera  víctima de un injusto castigo. Bajo ningún concepto se merecía en vida el tener que pasar un trago tan amargo.

                       A ti, Juan Luis, no me queda más que decirte: ¡Hasta siempre amigo!

Manuel Jesús López (Lito Beyman)